martes, 10 de noviembre de 2009

La niña del cuadro

Este relato se lo dedico a Alejandro Reino, pintor canario que sentado en el Cuasquías con una Hendricks delante, me contó una historia que me sirvió de inspiración. Espero que les guste.



Salía el sol de la mañana en Marrakesh, cuando Alejandro se levantó de la cama inquieto y ansioso sin recordar el sueño que lo había llevado a tal estado.
Fue sólo varias horas después, en su estudio, cuando de repente le asaltó, con total claridad, el recuerdo de la niña sonriente que lo miraba desde la orilla de un estanque. La recordaba perfectamente, con sus graciosas coletas tipo Pipi Calzaslargas y su pantalón rojo de peto. Aquellos ojos azules de mirada inquisidora qué, desde su sueño, ahora vívido y latente, se le clavaban en el alma.
Frente al lienzo en blanco tomó la decisión de apartar otros proyectos y se dedicó de lleno y como un poseso a pintar a la niña de su sueño. Durante una semana ni comió ni bebió ni durmió. Se encerró en su estudio haciendo caso omiso a las insistentes llamadas de familiares amigos y clientes, finalmente la policía derribó la puerta encontrándolo en un estado lamentable, sentado en un taburete frente al cuadro. Cuando tras ellos entró su esposa Ramona, gritando su preocupación de encontrarlo muerto, Alejandro se volvió hacia ella con mirada perdida y le dijo ¡ya está, lo logré! Y le señaló el cuadro, de una belleza sobrenatural. Ramona miró el retrato y se dio cuenta de que no había nada más que decir, despidió a la policía y se llevó a Alejandro a casa, donde estuvo tres días delirando por la fiebre.
Al despertar, no recordaba nada, por mucho que Ramona se lo explicó. Sólo cuando fue al estudio y vio el cuadro que había pintado, se acordó del sueño y de la niña. Tras un rato de contemplación le puso una tela encima y lo embaló. Mientras Alejandro iba cumpliendo con todos sus encargos, el retrato embalado seguía en un rincón de su estudio, de vez en cuando lo miraba, pero le inquietaba y decidió trasladarlo hasta la buhardilla en la que guardaba sus obras más antiguas y olvidadas.
Pasaron los años, uno detrás de otro, Ramona murió tras una larga enfermedad y su vida cambió tanto que decidió volver a sus orígenes. Vendió sus propiedades y compró un caserón con ocho habitaciones en su tierra natal, en el barranco de Fataga, con unas preciosas vistas sobre el palmeral. Allí instaló su vida que fue desembalando poco a poco junto con sus pertenencias. Cuando su íntimo amigo de la infancia Pedro Araña, le propuso una exposición retrospectiva de su obra, Alejandro aceptó, contento de volver a la actividad.
Fue Pedro el que se encargó de catalogar su obra y organizar el traslado de todos los cuadros a la sala de exposiciones de La Regenta, Alejandro no quería inmiscuirse en nada y lo dejó hacer. De hecho, tenía previsto no ver la exposición hasta el día de su inauguración, es más había decidido llegar tarde para entrar como un espectador más. Y así lo hizo.
Cuando llegó, las autoridades y prohombres de la cultura ya estaban allí y su amigo Pedro en cuanto lo vio, lo arrastró de la manga para presentarle a toda la gente “importante”. De camino, vio a una señora mayor bajita, de ojos azules chispeantes, vestida de hippie que dijo a su paso con una carcajada ronca: “éste es de los míos, le importa todo un carajo”.
Una vez que la exposición fue oficialmente inaugurada, tras las mil sandeces de rigor, Alejandro acompañó a Pedro y las autoridades a una visita guiada a través de su obra. Al pasar al lado de la vieja hippie, le dijo en voz baja: por favor acompáñame antes de que me vomite. La señora, con una carcajada se agarró a su brazo. En cuanto pudieron despistarse se escaparon juntos y ella le comentó
- Por cierto, me llamo Lola Massieu, encantada de conocerte, me gusta mucho tu obra, pero aquí tienes un cuadro que los supera a todos, está arriba, en una de las últimas salas.
- Ah! Pues si te gusta te lo regalo.
- No puedes -le contestó ella-, ni siquiera es tuyo.
- ¿Como que no?
- Ya lo sabrás
De la planta de arriba les llegó un grito desgarrador y un tremendo revuelo. Alejandro salió corriendo escaleras arriba y se encontró con un caos.
En la pared, colgado en solitario, el cuadro de la niña, con sus trenzas, sus ojos azules y una sonrisa de felicidad en los labios que él no recordaba haber pintado. Tres señoras mayores arrodilladas atendían a una mujer de mediana edad mientras otros se santiguaban o miraban perplejos el cuadro. Un hombre mayor vestido de traje oscuro y corbata de pajarita se acercó a él. Y en una voz susurrante le preguntó:
- ¿es usted el pintor?
- Sí, el mismo
- ¿De donde sacó el modelo para este cuadro?
Alejandro, sorprendido por lo que estaba pasando, miró al viejo y casi avergonzado le dijo:
- No hubo modelo, fue un sueño.
- Pues entonces fue Dios el que se lo envió, la niña es mi nieta, se llamaba Ana, salió con su padre una mañana a pasear, hace ahora quince años, se acercaron a un estanque, su padre le sacó una foto, ella resbaló y cayó dentro. Su padre, mi hijo se tiró a rescatarla, pero no pudieron salir y se ahogaron los dos. Al año siguiente se quemó la casa familiar y no quedó ninguna imagen de ella viva, hoy nos ha devuelto usted a Anita. Gracias, muchísimas gracias.- y emocionado le dio un gran abrazo-
Alejandro tardó un buen rato en salir del shock, pasado un tiempo, cuando por fin se quedó a solas con Pedro, le dijo:
- ahora entiendo lo que me dijo Lola
- ¿Lola, qué Lola?
- Lola Massieu, Lolita, la que estaba hablando conmigo aquí hace un rato
Pedro se le quedó mirando un buen rato, sin saber que decir, con los ojos abiertos como platos y la cara demudada y sin color.
- Pero… Alejandro, es que Lola murió hace más de un año.
                                  

                                            Fin

Que sirva este relato como homenaje a los creadores de magia y en especial a mi amiga Lolita Massieu, una de las personas más mágicas que he conocido nunca.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso.

Yerom dijo...

Un relato muy bonito. Gracias por compartirlo.
Jerónimo