lunes, 16 de noviembre de 2009

El Ángel de La Muerte (Capítulo I)

Muchos de ustedes han leído un relato corto mío que se titula: Don Pancracio y La Muerte. Ese relato en realidad forma parte de un relato muchísimo más largo, que es la historia de Luis, el hijo de Don Pancracio que va a Tunte a buscar la plañidera y allí se encuentra con el secreto oculto de su vida, que lo lleva a entender toda su historia. Bueno... no me quiero extender con largas explicaciones, el relato de Don Pancracio, termina con Luis y el sentados en el sofá cogidos de la mano y Don Pancracio muerto con una sonrisa en los labios. Quiero hoy empezar a publicarles la historia de Luís, que es realmente el personaje importante en esta historia y ya descubrirán por qué. Lo publicaré por capítulos para facilitar la lectura y empezaré justo en el momento en que Luís decide ir a a buscar la plañidera que pide su padre.
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Luisito resignado le preguntó a su padre que donde podría encontrar esa plañidera y D. Pancracio le respondió que preguntara en Tunte por Felisa, la vidente, que ella le indicaría donde encontrarla.
Luis salió de la casa de su padre con el convencimiento de que abusaban de él, pero sin emitir ni una queja. Treinta años de la misma historia lo tenían entrenado. Subió al coche compungido, más por la preocupación que le causaron las palabras de su padre, que por tener que ir al sur a buscar una plañidera. En el fondo la idea le resultaba atractiva a su mente de escritor.
Tardó una hora y media en subir hasta Tunte, el día era magnífico, se recreó en las maravillosas vistas sobre las montañas del sur este de Gran Canaria. La suave temperatura unida a la ligera brisa de norte, hacían de aquel paseo una delicia, le impresionó la intensidad del azul del cielo. Paró a la entrada del pueblo, en el primer bar que encontró. Por experiencia sabía que si uno busca algo en un pueblo hay que pasar por el bar, punto central de información.
Eran las once de la mañana cuando apartó la cortinilla hecha de cadenas que parecían de wáter y traspasó el umbral de aquel bar en semipenumbra, con olor a queso de cabra y carajacas. Tres parroquianos con sus cachuchas negras echadas ligeramente hacia atrás compartían un ron miel en silencio. El dueño, tras el mostrador, se afanaba espantando las moscas del gran queso que estaba cortando.
-Buenos días a todos
-Buenos días –respondieron al unísono, aunque sonó algo así como, “nsías”.-
-¿Tiene café? –Preguntó dirigiéndose a un alto taburete frente a la barra, cuando el barman asintió, pidió un cortado y se sentó. Apoyó los brazos en el mostrador e inmediatamente los retiró un poco asqueado por el pringue pegajoso en que se había convertido la superficie.-
-Perdonen que los moleste, ¿por casualidad conocen a Felisa la vidente?-lo dijo en voz alta para que lo oyeran todos, lo que no esperaba es que los tres parroquianos reaccionaran quitándose los gorros y persignándose, lo mismo que el barman-
-¿Para que la busca?- preguntó el hombre de detrás de la barra-
- Tengo que verla por un encargo
- Hoy no es buen día para verla
- Es que no puedo esperar
-Bueno… pero después no diga que no le advertimos. Siga usted calle arriba por la carretera y cuando salga del pueblo dirección a la cumbre, a unos cien metros encontrará un cartel a mano derecha, seguramente le será fácil de reconocer porque siempre hay un cuervo cojo posado sobre él. Entre por ahí y a unos cincuenta metros encontrará la casa.
- Muchas gracias, ¿cuánto le debo?
- Nada, no se preocupe, a la vuelta, si puede, párese por aquí. Le daremos algo para reponerse.-Los cuatro se miraron y los parroquianos volvieron a quitarse la cachucha, esta vez para ponerla en el pecho y volver los ojos al cielo, en un gesto silencioso.
Luis incómodo salió del bar, entró en su coche y continuó el camino carretera arriba atravesando el pueblo.
Efectivamente a unos cien metros de acabar éste había un cartel, con un cuervo al que le faltaba una pata, encima. “Casa Mía - propiedad privada - prohibido el paso” Joder con la vidente, pensó, a ésta no le gustan las visitas. Una cadena cerraba el paso a los vehículos, con lo que dejó el coche en la cuneta un poco más adelante y subió caminando. A los pocos metros llegó a un recodo en el camino y divisó la casa, una coqueta casa canaria blanca con tejado de teja y una buganvilla que caía en cascada cubriendo el patio exterior y se derramaba por los muros de la casa. El patio de piedra gris tenía una fuente en el centro donde bebían y se bañaban varios pájaros en diferentes tonos de amarillo. Un banco de la misma piedra gris adosado al muro, con gárgolas en sus extremos a modo de apoyabrazos recorría prácticamente todo su perímetro. La mesa también labrada en piedra, con diversos maceteros llenos de abundantes flores de mil colores, que hacían juego con las de los parterres.
La entrada de la casa era una gran puerta de madera con goznes de hierro negro y una enorme aldaba en forma de ángel en bronce con las alas negras extendidas y los ojos de un extraño color rojo. Hacía un contraste interesante aquel patio lleno de vida con una entrada tan tétrica. La casa estaba en silencio, Luis se acercó a la puerta y no sin cierta aprensión agarró la figura y dio tres aldabonazos que retumbaron contra la puerta, un escalofrío le subió por la espalda desde el mismo momento que tocó aquel ángel oscuro. Esperó un par de minutos hasta que de dentro se oyó el grito de una voz femenina e histérica ¡Manolo, abre la puerta de una puñetera vez, coño! Acto seguido un ruido metálico de cerradura al abrirse, goznes chirriando por falta de aceite y la puerta que poco a poco se abre, hasta que una cabeza asoma cuarenta centímetros por debajo de donde la esperaba.
- ¿Sí, qué desea? - Dijo con voz profunda Un mini hombre de un metro veinte escasos.-
- Vengo a ver a Felisa la vidente, me dijeron en el bar que vive aquí.
El grito histérico anterior, volvió a resonar otra vez pero más agudo y potente sin la cortapisa de la gruesa puerta de madera. ¡MANOLO QUIEN COÑO ES A ESTAS HORAS, DILE QUE SE VAYA AHORA MISMO! Manolo hizo un gesto como de… “ya lo oye usted”.
- Verá, es que es un encargo de mi padre, me pidió que viniera a ver a Felisa para que me consiguiera una plañidera, la verdad es que no quiero molestarla, pero es que mi padre insistió.
-¿Cómo se llama su padre?
-Pancracio
-¡Hijo de puta! y ¿lo mandó a usted?
-Sí
-Espérese un momento aquí entonces.
Mientras decía esto le cerraba las puertas en las narices y desaparecía dentro de la casa. Esperó quince minutos en los que le dio tiempo de contar las baldosas de piedra del patio, de ver los rituales del baño de los pájaros y de espantar unas cuantas moscas obsesivas empeñadas en posarse en su sudorosa frente. Al cabo de ese tiempo, se oyó de nuevo el chirriar de goznes y se abrió de nuevo la puerta, aunque esta vez de par en par. Manolo le hizo un gesto con la cabeza para que pasase.
...continuará

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