lunes, 16 de noviembre de 2009

El Ángel de La Muerte (Capítulo II)

Al entrar en la casa se sorprendió, no esperaba ver una casa ricamente decorada con obras de arte, cuadros, esculturas, muebles de diseño, todo de un gusto exquisito. Manolo lo guió a una estancia más pequeña, cuyos únicos muebles eran una mesa redonda de madera de tres patas, sobre la cual, había una lámpara antigua de cristal azul y plafón en forma de champiñón. La mesa estaba cubierta por un mantel negro, sobre ella se veían dos mazos de cartas del Tarot, uno de Marsella y el otro, un antiguo y manoseado Tarot Ryder. Además había una libreta de argollas color verde y dos bolígrafos PILOT uno negro y otro rojo más un cenicero de cristal azul en forma de caracola, que hacía juego con la lámpara. Por último, lo que imaginó una bola de cristal tapada por un paño de seda blanco, completaban los enseres sobre la mesa. Cinco sillas de madera labrada, alrededor de la mesa, completaban el mobiliario de la habitación. Las paredes estaban desnudas, salvo por un inquietante y tétrico cuadro de metro y medio de alto por uno de ancho, con una escena de “Azrael”, el ángel de la muerte, abriendo las alas en medio de los muertos en una batalla. Al verlo sintió un estremecimiento y como un relámpago que entrara dentro de él, recorriendo e iluminando cada rincón de su alma, se dejó caer en una silla mareado.

Sentado, inquieto, con el corazón en un puño y sintiendo hormigueos en el estómago, Luis decidió esperar por Felisa, en vez de echarse a correr tal y como le pedía el cuerpo.

Tras un largo rato de espera nerviosa apareció por la puerta una mujer grande, morena de ojos negros grandes y rasgados, pelo azabache a media melena, de figura generosa y amplias proporciones. Iba quizás maquillada en exceso para la hora que era, el carmín rojo daba volumen a sus labios voluptuosos y las pestañas eran como abanicos de rímel. Su nariz recta estilo Cleopatra, unido a su túnica negra con bordados dorados, sus grandes aretes y cadena de oro, de la que pendía un gran medallón con la misma figura de la aldaba, pero con los ojos de rubíes; le daban un aspecto de sacerdotisa egipcia, que Luis sospechó era justo lo que pretendía. Si a todo esto le añadimos su metro ochenta de altura, la hacían una mujer sencillamente impresionante.

Estaba parada en el dintel de la puerta mientras la observaba, sus ojos chispeantes lo miraba fijamente, como para fundirlo o quemarlo.

-Entonces tú eres el hijo de Pancracio, sólo él es capaz de mandarte a verme justo cuando tengo un ataque de almorranas. ¡Será cabrón el tío! Genio y figura hasta la sepultura.

Mientras decía esto se acercó a la mesa y sin hacer el más mínimo ademán de saludo, apartó una silla para sentarse frente a Luis. Inmediatamente soltó un grito.

-¡¡MANOLOOOOOO TRAEME EL COJÍN COÑO!!

Manolo apareció por la puerta corriendo y le puso el cojín en forma de flotador en la silla, sin decir ni una palabra desapareció corriendo como había venido. Felisa, se sentó suspirando, cerró los ojos, aspiró profundamente tres bocanadas de aire, quitó el trapo de seda que cubría la bola de cristal y la limpió, finalmente, con la mirada dulcificada por la relajación y el trance, comenzó a hablar.

-O sea, tú eres el hijo menor de Pancracio, si estás aquí es porque ya cumpliste los treinta años ¿no es cierto?

-Sí, pero no estoy aquí por eso, mi padre se ha empeñado en que se va a morir y me mandó a buscar una plañidera, me dijo que usted me la proporcionaría.

-Ya, pero una cosa tiene que ver con la otra. Hace poco más de treinta años tu padre vino a verme, tu madre estaba embarazada y quería saber de ti, como antes había venido cuando iban a nacer tus hermanos. Estaba acostumbrado a dirigir sus pasos utilizándome de Oráculo, su primer hijo iba a ser médico, así se lo dije entonces. Su segundo hijo tendría que dirigir sus pasos por la carrera jurídica y así fue. Tu venías rezagado y aunque años antes le dije que vendría un tercero no quiso creerme, me dijo que estaba ya muy mayor para niños. Por eso a pesar de que su última visita había sido quince años antes, volvió a venir a verme. Aquel fue un día triste, glorioso y trágico al mismo tiempo, pues los acontecimientos que le relaté no le gustaron nada, porque no fue capaz de aceptar los designios de Dios.

-¿Qué le dijo? –Preguntó Luis asombrado por esta afición a brujas que no conocía de su padre-

-Es una larga historia, que tiene que ver contigo y con quien eres en realidad. Para empezar te voy a decir algo, la única persona a la que hubiera recibido hoy es a ti, pero no por tu padre sino por ti mismo. Por quien eres, a pesar de que tú no lo sabes aún.

-¿Qué quiere decir con “por quién soy” y como es eso de que no lo sé? Se perfectamente quien soy, Luis Aldeano Buenafuente, hijo de Pancracio Aldeano y Marta Buenafuente. De profesión periodista y escritor. Y ya está.

-Jajaja. ¿Es eso lo que tú crees? ¿Que ya está y nada más? Pues te equivocas, pero para eso te vas a quedar sentadito ahí y vas a escuchar la historia de lo que ocurrió en la visita que me hizo tu padre, tres meses antes de que tú nacieras. ¿Quieres que te traiga agua? –le preguntó al verlo blanco como el papel-

-Sí, por favor.-dijo Luis sintiéndose descompuesto, intuyendo que la historia que se iba a revelar en aquella habitación iba a cambiar su vida-

Felisa llamó nuevamente a Manolo y cuando vino le pidió que trajera agua y té helado, además de unos frutos secos. Cuando trajo la bandeja y una vez dispuestas las dos jarras y los cuencos sobre la mesa, comenzó su relato.

Cómo ya te dije, hace poco más de treinta años tu padre vino a verme, por entonces yo vivía en una casa en el pueblo y sólo recibía a unos pocos amigos, casi todos conocidos de la época en que era puta en la “Casa la Sole” en la calle Andamana de Las Palmas. Sí, no me mires con esa cara de susto, yo era puta y así conocí a tu padre. Y aunque te parezca mentira, no siempre venían por carne, yo me hice famosa dentro de la casa porque podía adivinar el futuro y al final me retiré de la prostitución para dedicarme a la que era mi verdadera vocación. Aunque aquí entre nosotros, de vez en cuando echo de menos aquella vida. Pero eso es otra historia.

A lo que iba, tu padre vino a que le echara las cartas una noche, estaba preocupado, se pensaban que tu madre que ya tenía cuarenta y ocho años, tenía la menopausia y resultó estar embarazada. Recordó que años atrás yo le había dicho que vendría un tercer hijo y decidió venir a verme. Desde el momento en que entró por la puerta sentí un latigazo de luz acompañado de un fuerte escalofrío que me recorrió la espalda. Aunque a mi me suelen pasar cosas de estas, aquella vez fue muy superior a lo normal, tanto que me desmayé y tuve una visión. La visión duró mucho tiempo, pero en la realidad debió ser unos segundos pues nadie se dio cuenta de lo que había pasado, ni tu padre que estaba hablando conmigo.

La verdad es que ya sabía toda la historia que tenía que contarle, pero lo llevé a la mesa para tirarle el tarot, era una forma de parapetarme para irle diciendo, no todo, pero si una parte de lo que había visto. Al cortar las cartas, se cayó sobre la mesa la carta de “La Muerte”, tu padre dio un respingo y empezó a sudar copiosamente. Normalmente yo lo hubiera tranquilizado, diciéndole que “La Muerte” en el tarot, tiene más el sentido de la transformación que de muerte pura y dura. Pero en este caso, no pude hacerlo, es lo que había visto. Recogí las cartas y le dije que cortara primero por tu madre y volvió a salir “La Muerte” como primera carta, acompañada por “La Templanza” en un lado y “Los Amantes” al otro, sobre ellos “El Juicio final” debajo de ellos “El Sol” acompañado por “el Mago”. Daba igual la interpretación que se le pudiera dar, yo, ya la había visto.

Tuve que decírselo, tu madre moriría en el parto, la pareja de amantes se iba a romper para siempre. Pero había cosas más importantes, esas eran las noticias tristes y lo que yo sentí fue la gloria de la venida, llegabas Tú.

Luis la miraba, sin saber qué decir ni qué pensar sobre lo que le estaba contando aquella mujer. Lo único que podía era rememorar todo su sentimiento de culpa que le había acompañado durante toda su vida, sabiéndose autor de la muerte de su madre. Su padre y sus hermanos no habían sido en eso muy generosos con él y siempre hubo una mirada, una acusación directa o un velado reproche en su comunicación. Ahora, estaba viendo a través de los ojos de Felisa, como se había enterado su padre de lo que iba a ocurrir y se apenó por él.

-Sí, vine yo. Pero mejor hubiera sido no haber venido, le hubiese ahorrado la muerte a mi madre y el sufrimiento a mi padre y mis hermanos. Hubiera sido preferible no haber nacido, haber dado mi vida a cambio de la de ella. -Dijo triste.-

-Te equivocas, en el cielo no la hubieran aceptado. Tú eres un ser especial que viene con una misión muy específica. Pero déjame terminarte de contar la historia y no adelantemos acontecimientos.

Cuando le conté esto, tu padre estaba desencajado y loco de dolor, me decía una y otra vez que no podía ser, que tenía que estar equivocada. Me obligó a tirarle las cartas tres veces y en las tres, salió la misma configuración con “La Muerte” en el centro. Fuera de sí tu padre lloraba y gritaba imprecaciones al cielo. Yo trataba de consolarlo infructuosamente e hice algo que nunca hace una vidente, me senté a su lado y lo abracé. Al hacerlo, volví a tener la misma visión que cuando entró y tu nombre resonó como un trueno que me sacudió por dentro. Sin quererlo exclamé ¡Dios mío, no! Él se volvió hacia mí preguntándome ¿aún hay más? Yo volví temblando a mi silla y le dije que tenía que volver a cortar, esta vez por el niño no nacido aún. Así lo hizo con manos temblorosas, esta vez sólo puse tres cartas boca abajo, pero sabía cuáles iban a ser antes de voltearlas: en el centro, “La Muerte” a la izquierda, “La Templanza” a la derecha “El Juicio Final”. Tu padre terminó de derrumbarse pensando que tú también morirías, sin saber lo grandioso y sobrecogedor que indicaban aquellas cartas.

-¿Y qué significan? -Preguntó Luis emocionado y asustado por la narración-

-En realidad, nada o todo, las cartas siempre cuentan una historia, pero la historia depende de a quien se las estés echando. En tu caso, significaba todo, pero déjame terminar primero con el relato y después te cuento sobre lo que eres y significas.

Esta vez sí que tranquilicé a tu padre, le dije que no, que no te ibas a morir, que seguirías vivo cuando él estuviera muerto. Pero tu padre ya no quería saber nada más y loco de rabia se levantó, tiró las cartas del tarot al suelo diciendo que aquellas cartas eran una mierda y que no servían para nada. Acto seguido se abalanzo sobre mí y me dio un puñetazo, gritándome que era una bruja loca y que me iba a matar. Menos mal que Manolo estaba allí para protegerme y lo sacó de la casa.

Luis no vio como aquel enano de metro veinte pudo sacar a su padre un hombretón de metro ochenta y cinco de la casa, pero se lo calló. Aunque encontró repulsiva la imagen de su padre pegándole a aquella mujer.

-Lo siento-dijo-no pensé que mi padre hubiera pegado jamás a una mujer.

-No te preocupes, eso está más que perdonado y olvidado. Sigue escuchando la historia. Sabrás por qué estás aquí hoy.

 

… Continuará

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