lunes, 16 de noviembre de 2009

El Ángel de La Muerte (capítulo III)

Al cabo de tres meses naciste tú y tu madre murió. Sorprendentemente tu padre volvió a venir, tú debías tener tres o cuatro meses cuando lo hizo. Te traía en brazos a verme.

-No lo sabía, nunca me lo ha dicho-dijo un sorprendido Luis-

-lo sé, no interrumpas

Vino por dos cosas, por un lado a pedirme perdón por lo acontecido en su última visita y por otro a traerte, para que te viera. Estaba preocupado y asustado, porque decía que tú le hablabas de noche y que tu madre desde un mes antes del parto también le dijo que había tenido conversaciones contigo. Tu madre se había asustado mucho la primera vez que te oyó y se lo contó llorando. Pero después le dijo que la tranquilizabas, quince días antes de morir, de noche en la cama le contó que tú le habías dicho que se iba a morir, pero que no temiera su muerte, que tú velas por los que emprenden el camino. Que tu labor en el mundo es tranquilizar a las almas para emprender el último viaje a la eternidad, de luz y de paz.

-Pero… eso es imposible, yo no puedo haber hablado dentro del vientre de mi madre, ¡es una locura!-Luis estaba sofocado, sentía un calor enorme en el pecho y le parecía que la habitación estaba asfixiándolo-

-Respira hondo y escucha, te va a costar asimilar lo que te voy a decir, pero no te preocupes que te vamos a ayudar.

-¿”Vamos”? quienes me van a ayudar y por qué.

-Tranquilo, déjame continuar.

Cuando tu padre me contó lo de que tú hablabas desde dentro del vientre de tu madre, lo llevé conmigo a la habitación donde tiraba las cartas. Te cogí en brazos y le dije que aquel día en que se había enfadado tanto y me había agredido, había tenido una visión. Pero que a él no se la podía contar. Su obligación era cuidarte y protegerte y cuando cumplieras los treinta años enviarte a mí. También le dije que no se preocupara, que tú dejarías de hablar y que serías un niño normal, que lo olvidarías todo y no debía contarte nada de esto. Añadí que sabría el momento, porque la noche anterior soñaría y tendría la certeza de que moriría pronto. Pero que para liberar su alma tendría que llorar las penas ocultas durante años, para eso tendría que enviarte a buscar una plañidera, yo te estaría esperando. Y aquí estamos.

Luis la miraba sin saber que decir y al mismo tiempo sin atreverse a preguntar nada. El silencio se prolongó durante un minuto que pareció una eternidad. Por fin Felisa volvió a romper el silencio.

- ¿Que sentiste al ver ese cuadro? –Dijo señalando la pintura en la pared-

-Nada-dijo Luis recordando el relámpago de luz y el tremendo escalofrío-

-¡Venga hombre! No tengas miedo, yo sé lo que sentiste, ese cuadro está ahí esperándote desde hace muchos años. Llegó a mis manos al poco tiempo de que tu padre saliera contigo en brazos la última vez que lo vi. ¡Míralo bien, es Azrael!

-Azrael… -Susurró Luis, repitiéndolo para sí mismo. Sintió una vez más una oleada de luz que lo atravesaba por dentro.

-Sí, Azrael. Y no te molestes en decir que no has sentido nada al decir ese nombre, he visto la luz en tus ojos. ¿Sabes quién es Azrael?

-No. Pero esa imagen me da miedo, porque sé que tiene que ver con la muerte.

-Exactamente, eso es lo que no pude decirle a tu padre de mi visión. Tu madre tenía que morir, porque traía al mundo al arcángel Azrael, el ángel de la muerte. Por eso en todas las tiradas salía la carta de “La Muerte”, pero así como en tu madre significaba eso, en ti el significado era otro. Tú eras la muerte. Pero no te asustes, no hay nada malo en ti.

Felisa veía preocupada como Luis estaba al borde del pánico.

-Pe… pero… ¿cómo me dice que soy la muerte y después que no me preocupe, usted como estaría si esta conversación se desarrollase al revés?

-De acuerdo, bebe un poco de agua y mientras te cuento una historia. No sé si sabrás algo de las cortes celestiales y de los ángeles y arcángeles que la forman. Pero no quiero apabullarte con un montón de conocimientos que te llegarán solos. Por ahora basta que sepas cual es el lugar en el cielo de Azrael y que entiendas cual es la función que cumple a las órdenes de Dios.

El arcángel Azrael cosecha almas, al cabo de los cuarenta días de la muerte, las acoge, las calma, les quita el miedo y las acompaña en el último viaje. Tiene una lista donde va poniendo los nombres de los que nacen y va tachando los nombres de los muertos. Con un círculo negro a los que van al infierno y con luz divina a los que van al paraíso. Cuando un alma se pierde, es él (junto a su coro de ángeles), el encargado de recuperarla. Es el más poderoso de los arcángeles y el único que puede entrar en el infierno a rescatar almas depositadas allí por error. Su aspecto es diferente al de los demás arcángeles, sus alas son oscuras y sus ojos de un negro tan intenso que reflejan un cielo sin estrellas. Los propios arcángeles huyen de miedo cuando abre sus alas. Pero es el desempeño de su misión lo que le ha dado ese aspecto. Nadie, ni en cielo ni tierra, ni infierno, ha visto lo que ha tenido que ver el arcángel Azrael. En su lucha por recuperar almas humanas ha tenido que enfrentarse con el mismísimo Lucifer y ha ganado la batalla para Dios. Antes de dejar un alma martirizada en el infierno, la destruye. Y otra de las labores que acomete, es decidir que alma necesita aún purificarse y permitir que reencarne o que quede en el eterno olvido. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?

Luis hacía rato que había dejado de escuchar, estaba luchando como un poseso por arrancarse a sí mismo de aquella habitación que le estaba llenando de oscuridad. Alejarse de aquella loca que le estaba diciendo disparates y volver a su vida tranquila en el periódico y sus libros. El dolor y el fuego en su pecho iban haciéndose cada vez más insoportables. Los oídos empezaron a zumbarle, se le nubló la visión, pensó que iba a desmayarse, aspiró aire ruidosamente y se levantó asustado a punto de perder la consciencia.

Felisa se levantó también y sacándose el colgante se lo puso frente a los ojos. Luis lo vio entre brumas sin poder respirar, fijó la vista en los ojos rojos del colgante y se sintió atrapado por ellos. Brillaban como dos focos y lo guiaban al interior. Felisa le dijo que no se preocupara que se dejara llevar por ellos. Tras unos últimos segundos de lucha, se rindió a aquellos ojos que lo inundaron todo de su color carmesí y perdió la consciencia.

….

Cuando abrió los ojos tuvo que parpadear varias veces hasta acostumbrarse a la luz cegadora que lo inundaba todo. Una voz en su cabeza le dijo en un susurro. “Nada es como es sino como quieres verlo, míralo como quieras”. Las palabras resonaron en su interior, al principio no captó su significado, pero al cabo de unos minutos decidió ver. “Quiso ver” y vio.

Estaba en una inmensa planicie en la cima de una montaña, debajo de él, las nubes blancas de algodón se perdían en el horizonte en cualquier dirección. Sobre él, un cielo de luz intensa, que al parecer controlaba ahora con su voluntad, pues era consciente de que debería quemarle los ojos y sin embargo su vista se expandía en la luz hasta el infinito. Sintió sus pies sobre una superficie lisa y acristalada, sin color ni textura ni temperatura. Toda la superficie era neutra, de alguna forma sabía que era irreal, que para llegar dónde tenía que ir tendría que cambiar aquella lisa superficie.

Comenzó por un cambio ligero. Tierra bajo sus pies, así lo quiso y así fue. Luego añadió césped y árboles frutales y poco a poco fue recordando el camino del cielo. Al fondo ya pudo divisar El Palacio de Dios, enseguida llegarían los primeros ángeles a recibirlo. Se miró, se dio cuenta de que su imagen humana allí no era la adecuada. Y se transformó, sintió crecer sus alas de cuervo, aumentó su tamaño varias veces, sus ojos se oscurecieron hasta el negro de la noche más oscura. Mirando al infinito abrió sus alas y se rio con su voz de trueno. Los ángeles que venían a su encuentro huyeron despavoridos. Sólo Miguel y Gabriel siguieron avanzando hacia él sin inmutarse.

-Ya estás montando tus numeritos como siempre Azrael, se acabaron los años de paz según parece.-Gabriel dijo esto en tono sarcástico, que se le daba muy bien, Miguel, alerta a su lado esperaba un encontronazo-

-¡Vaya Gabriel! Tenía esperanzas de que treinta años te hubiesen cambiado, pero veo que sigues siendo el mismo pendenciero, busca pleitos y provocador de siempre. Hola Miguel, relájate que vengo en son de paz.

Ni un solo rasgo de la personalidad de Luis quedaba ya en el poderoso Azrael, temido por ángeles y demonios, con más poder que cualquiera de los otros arcángeles del cielo.

Como humano era un buen hombre, un tanto triste y bastante tímido. Dado a ayudar a los demás y con un enorme sentido de culpa. Esto le llevaba a que todos abusaran de él pidiéndole favores que se desvivía por cumplir.

Ahora era el poderoso Arcángel de la muerte, su coro de ángeles fue llegando, volaban con sus alas extendidas y se posaban tras él, no le hizo falta volverse para saberlo. Sabía perfectamente el panorama que tenía tras de sí. Millones de alados guerreros, oscurecidos por sus infinitas batallas contra los demonios en pos de rescates de almas salvables. Todos caminando en silencio con las alas plegadas, mientras otros seguían llegando por el cielo volando cada vez más bajo. Conocía perfectamente el ritual que se repetía desde la eternidad, hasta donde su memoria podía extenderse.

Cada trece mil años, tenían esta reunión, siempre mientras Azrael estaba encarnado en la tierra. Todos los ángeles venían a rendirle pleitesía al Creador y a renovarle sus votos de fidelidad.

Mientras caminaba a postrarse frente a Su Trono, Azrael recordó cómo hacía mil reuniones aprovechó Lucifer para enfrentarse a Dios, la memoria de aquella grandiosa batalla en la que fueron expulsados a la Nada, aún le producía adrenalina, si es que algo tan humano como eso, puede definir la exaltación de la gloria. Fue la última vez que luchó mano a mano con los otros Arcángeles, a las órdenes de Miguel, jefe supremo de los guerreros de Dios. Después de eso, la misión que le encargó El Supremo Hacedor, hizo que su aspecto cambiara, sus alas se volvieron negras y los que fueron sus amigos lo rechazaron, aunque sabía que era por miedo.

Cuando llegaron a los pies del trono, Rafael y Uriel los estaban esperando, los cinco, al frente de los millones y millones de ángeles que les seguían se postraron frente al Dios supremo. Que desde su trono miraba complacido. Dios hizo la señal, y miles de millones de voces al unísono cantaron la loa al Creador de todos los universos conocidos y por conocer, al creador de cielos y tierras, infiernos, vacíos y nadas. Pues todo había sido creado por Él.

Querubines y serafines con sus voces más altas, ángeles y arcángeles con las suyas aflautadas y Azrael y los suyos que con sus voces de trueno, daban el contrapunto al canto celestial. Dios entró en éxtasis, le encantaba este día, sentía cada una de las miles de millones de voces como una sola, pero al mismo tiempo sentía la individualidad en cada una de ellas. La vista que se le ofrecía era digna de Él, la miríada de ángeles se extendía hasta el infinito, todos con su cegadora luz blanca, salvo la masa de alas oscuras que se abría paso en centro. Las tropas de Azrael, que parecían una isla de color gris en medio del mar blanco.

Él correspondía al canto, tocando el centro de cada voz para renovar su alianza con cada uno de sus seres amados. Dejó para el final a Azrael y los suyos, sabía que ellos merecían un trato especial, entró en cada uno de ellos, les limpió del dolor y el sufrimiento de los últimos trece mil años y con una caricia especial de Amor, como solo Él sabe hacer, les hizo sentirse a cada uno el ser más amado de la creación. Era su agradecimiento por los millones de almas rescatadas y devueltas al cielo, su cosecha año tras año.

Por último, le tocó el turno a Azrael, con un gesto hizo que los cantos cesaran, le pidió que se levantara y bajando de su trono se acercó a él. Se fundió en un abrazo y le limpió el alma de una manera especial. “Mi hijo más querido” le dijo al oído sin palabras, con un soplo divino, Azrael, se deshizo en llanto de gracia y agradecimiento. Cuando Dios dio por terminada la reunión, todas las alas eran blancas y los ojos tanto de Azrael como de toda su tropa se habían vuelto azules.

Cada uno encontró lo que venía a buscar y todos se encontraron con Él. Mientras el cielo se llenaba de cantos de alegría y resurrección y de alados seres hasta donde la vista se perdía, Dios hizo un gesto a sus lugartenientes para que le siguieran a su palacio. Allí se dirigieron Miguel, Gabriel, Rafael, Uriel Y Azrael.

-Hola Azrael, ¿Qué tal las vacaciones?-Preguntó Dios con una sonrisa-

-Pues por ahora bien, ya sabes, inmerso en mi vida humana, con todo lo que ello significa, de bueno y de malo.

-Lo sé, pero sabes que es necesario que lo hagas, tienes que vivirlo cada trece mil años para saber sufrir como humano, eso te ayuda a respetar sus almas y a que luches con mas ahínco si cabe por salvarlas.

- Sí, se que ese es el trato que hice contigo y lo cumplo, siempre lo haré, lo sabes.

-Sí, eso también lo sé, por eso te elegí a ti entre todos para esa misión.

Este tipo de diálogos entre Azrael y Dios habían dejado de sentar mal a Miguel y Gabriel. Aunque al principio no podían remediar tener un punto de envidia, hacía eones que habían aprendido a valorar la misión de Azrael. Comprendían que era justo, que si ellos estaban siempre al lado del Creador, como su guardia personal, cada trece mil años el protagonista de aquellas reuniones fuera Azrael que vivía inmerso en la oscuridad y que solo adoptaba su forma de arcángel de luz, ese día.

Esta reunión era la última parte del ritual de aquél día, ahora todos rodearon a Dios y se fundieron en el “Abrazo de Renovación”…

 

Continuará…

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