miércoles, 13 de agosto de 2008

EL OSCURO (relato corto)

Santiaguito nunca fue bueno. Nació en una pobreza rayana en la miseria. Su padre abusó de él hasta que tuvo tamaño y fuerza para defenderse a trompadas. Nueve de familia son demasiados para cubrir las necesidades afectivas de todos y Santiaguito además, tenía sus afectos retorcidos. Aprendió a luchar en la mesa por el trozo de pan más grande y a rapiñar lo que pudiera de sus hermanos. Familiares y allegados le rehuían, le odiaban y temían por retorcido, rencoroso y mala persona.
Lo único que tenía su familia era un erial de secano en unos llanos entre riscos y montañas. Juntos luchaban a brazo partido de sol a sol para arrancarle a la tierra lo poco que daba.
Hasta el día en que llegaron los “señoritos” de la ciudad. Acompañados por agentes del gobierno, les obligaron a vender el terruño. O eso, o se lo expropiaban. Así de claro lo dejaron los funcionarios. Y todo porque iban a construir un jardín para gente rica.
Aquel día, la rabia convirtió a Santiaguito en el “oscuro”, se juró que los enterraría a todos y se dispuso a esperar. Se contrató como jardinero en la finca que siempre había sido el orgullo de su familia. Vio como su casa se convertía en hotel, la de sus tíos en cuartos de aperos y maquinaria. Y esperó.
Los años pasaron, el jardín se hizo verde, los arboles crecieron, las plantas florecieron una y otra vez y Santiaguito esperando con su malévola mirada de brujo oscuro.
Los tiempos cambiaron, nadie recordaba ya quien era ni que hacía allí, pero él se paseaba señor de su finca sin que nadie le dijera nada. Los antiguos señoritos cayeron uno tras otro.
Santiaguito a sus noventa años cumplidos, ni siquiera se alegró con la muerte de Don Julio, el último, aquel que entró en su casa el día de su ira y les despojó de todo. Pero tampoco aumentó su odio el saber que había muerto plácido en su cama con ciento seis años cumplidos.
Se enteró paseando por el jardín, al saberlo, miró a su alrededor disfrutando de los bosques de pinos, los palmerales, los acebuches, las vinagreras y las mimosas. Escuchó los cientos de trinos y gorjeos de pájaros multicolores y el zumbido de las abejas. El ladrido de su perro le advirtió y al volverse vio a Pedro, nieto de uno de los usurpadores que venía hacia él.
- Buenas tardes Santiaguito, ¿como va de su reuma? -dijo Pedro dándole una afectuosa palmada en el hombro-
- Hoy muy bien gracias a Dios.
- Pues esperemos que no cambie el tiempo, que es lo que le remata de dolores siempre. -Volvió a frotarle un poco el hombro mientras se despedía- Que pase un buen día y ya sabe que si necesita algo, siempre puede contar conmigo.
Dicho esto, Pedro siguió su camino y Santiaguito mirando de reojo como se alejaba pensó: ¡Carajo, que difícil es odiar a gente tan bien educada!


FIN


Juan Carlos Domínguez Siemens

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