martes, 22 de julio de 2008

Don Pancracio y La Muerte (Relato corto)

Una mañana del suave otoño satauteño, se levantó D. Pancracio con cara de urgencia. Desayunó a toda prisa y llamó a sus hijos. “Quiero que me traigan una plañidera” les soltó de sopetón. Sus hijos se miraron atónitos pensando que el viejo con ochenta y cinco años estaba perdiendo la chaveta. Le respondieron que donde creía él que iban a encontrar una plañidera y que además para qué demonios la quería.
D. Pancracio a pesar de su edad, conservaba intacto su espíritu de capataz, por algo había sido durante cuarenta años el hombre de confianza de los condes de Buen Toro. Durante aquella época manejaba con mano férrea a más de mil peones y jornaleros en las fincas de plátanos y tomates en la zona sur de la isla.
Por eso no se dejó amilanar por las objeciones, e insistió:
-Vayan ustedes a Tunte y búsquenme la mejor plañidera de la zona y la quiero aquí mañana al mediodía.
-Pero padre, que todos tenemos cosas que hacer, díganos al menos para que la quiere. Sobre todo por qué mañana al mediodía.
-Porque he decidido morirme y necesito llorar antes de hacerlo.
Lo dijo tan serio y tan firme como si estuviera anunciando un viaje en coche a la ciudad, o que se iba a comprar tabaco. Tanto fue así que sus hijos supieron desde el primer momento que decía la verdad. Ni siquiera Juanito, el médico, le protestó sus palabras a pesar de que le había hecho un reconocimiento hacía quince días y estaba como un roble.
Juanito, tenía que entrar de guardia en el Hospital Negrín y no podía ir, Rosendo, Juez del tribunal de menores, tenía un juicio y no podía faltar, total que como siempre, le tocó la papeleta de buscar la plañidera a Luisito, que siendo el menor de la familia ya estaba acostumbrado a hacer de recadero para sus hermanos y su padre. De esa manera, sentía que pagaba la culpa por la muerte de su madre en el parto.
Al día siguiente a las doce estaba Luis con dos plañideras de Tunte en casa de su padre, entró con ellas y lo encontró de muy buen humor. Tras los saludos de rigor, María y Consuelo que así se llamaban las plañideras, fueron al salón a preparar sus ritos mientras Luisito se quedaba a solas con su padre.
-Bueno padre, te dejo, algún día me contarás de que va todo esto.
-No te preocupes hijo pronto lo sabrás
Le dio un beso de despedida y Don Pancracio le pidió que no permitiera que nadie se acercara a la casa en tres días. Que iba a desconectar el teléfono y el timbre, para que nadie le molestara. Sacó crespones negros de un armario y los colocó en la puerta y las ventanas. La casa quedó sumida en la oscuridad y el luto.
Durante tres días Don Pancracio lloró, lloró por sus vivos y sus muertos, guiado por el llanto de sus plañideras. El último día, cuando pensó que de verdad se moría, se le apareció su esposa muerta tantos años atrás. La vio como la había visto siempre, bella lozana y joven, con un aura resplandeciente a su alrededor que le daba aire de aparición Mariana. Don Pancracio, habló con ella, le preguntó si venía a buscarlo por fin y ella le respondió: “No. Hasta que no te reconcilies con tu hijo, no te podrás ir en paz”. Y se marchó. Don Pancracio miró a María y ésta le dijo que así funcionaban las cosas. Las plañideras se marcharon, don Pancracio quedó solo en la casa, retiró los crespones y abrió las ventanas para llenar la casa de sol y de vida. Luisito volvió de Tunte donde dejó a las plañideras y esa noche cenando, le preguntó a su padre:
-¿Te sirvió de algo tanto llanto?
Don Pancracio lo miró, con una mirada que Luis nunca le había visto antes y le dijo:
-Luis, ¿tu sabes que te quiero? Siento mucho no habertelo dicho antes, tu no tuviste la culpa de lo que le pasó a tu madre y no tienes nada que pagar por ello, nadie se muere el día de la vispera y a ella le llegó su hora en el mismo instante que tu llegaste al mundo. No sabes cuanto me apena no haberte dicho esto antes.
Se levantó de la silla se acercó a su hijo, tiró de él para levantarlo, le dio un abrazo y le dijo: “te quiero”. Luis sintió como algo se le rompía por dentro y lloraron juntos durante horas. El amanecer del nuevo día les cogió en el salón de la casa cogidos de la mano, Pancracio había muerto con una sonrisa en los labios.


Juan carlos Domínguez Siemens

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