lunes, 14 de septiembre de 2009

El llanto de la plañidera

 

Cuentan que en los ritos funerarios de los antiguos canariis, llevaban a hombros el cuerpo del finado por los barrancos y montes de la isla mientras familiares y amigos aullaban y lloraban por su muerte. Esta catarsis colectiva de dolor liberaba al muerto de sus lazos con los vivos.

Este ritual no es exclusivo de la isla de Gran Canaria, en la antigüedad sabemos que entre los egipcios, también en sus funerales el muerto iba precedido por un grupo de plañideras que aullaban y lloraban.

Son muchos los pueblos en la era moderna donde aún existen o se recuerdan las plañideras. Aunque hoy en día no sólo han caído en desuso sino que además a la mayoría de las personas les parece una aberración que se le pague a nadie por ir a llorar a un entierro o a un velatorio.

Sin embargo, la plañidera cumplía con una función tristemente olvidada: la de arrancar el llanto de los parientes y amigos del muerto para liberarlos. La plañidera es una mujer especial, es una mujer que sabe llorar, que es capaz de conectar con el centro de su propio dolor y ayuda a otros a llegar al suyo.

Su función es la misma que la de la chispa para encender un fuego, porque al igual que la chispa no puede hacer la hoguera si no hay material en ella, la plañidera con su llanto sólo arrastrará el dolor que ya está dentro de cada uno de nosotros.

Este llanto, es un llanto especial que yo denomino: “el llanto reparador” y lo denomino así porque a diferencia de otros llantos que provocan más ansiedad más angustia y más opresión en el pecho; lo que hace es liberarnos y limpiarnos.

Todos sabemos cuando una persona llora “de verdad” y cuando no, todos hemos visto mujeres con llanto histérico o de aparente tristeza y que sin embargo no nos conmueve. Hemos visto niños llenos de lágrimas berreando y sabemos que su llanto no es real, que es una simple perreta. Pero también estoy seguro de que todos hemos presenciado y compartido un llanto sentido y real, llanto que no sólo nos ha conmovido sino que ha arrastrado nuestras propias lágrimas.

Llorar no está de moda, socialmente está mal visto que nuestras emociones se liberen impúdicamente. Basta con darse una vuelta por cualquier entierro por la isla para darse cuenta de lo que molestan los muertos. Cada día se les entierra antes, se evita el velatorio, se les incinera lo más rápido posible; y todo para que los que quedan pasen el mal trago sufriendo lo mínimo indispensable.

Pero ¿realmente es la solución acabar lo antes posible? ¿Ayuda hacerlo así al buen vivir? No soy psicólogo, pero estoy seguro de que la respuesta es que no.

Y lo creo por experiencia propia y por creencias personales. La muerte deja secuelas en los vivos, los vínculos que nos unen al ser querido que se va, tienen que ser limpiados antes del viaje definitivo. Esto conlleva un trabajo interior importante en el que tenemos que desnudar nuestros sentimientos frente a la persona que muere. Tenemos que entender que los lazos de amor se ensucian con la culpa, el resentimiento, la rabia, el miedo etc. etc. Y que esos lazos son los que nos van a atar con el finado hasta que nos liberemos (en algunos casos nunca se logra).

Una de las formas de lograr llegar hasta el centro de nuestro dolor y entender de qué está formado, es a través del llanto de verdad, el llanto reparador, el que ayuda a llegar la plañidera. Una vez que llegamos a él, es necesario revisar nuestra vida en común con el muerto, recuperar toda la carga de emociones negativas, porque sólo con el perdón se libera el alma del ser amado.

Esto es difícil de comprender, sobre todo si la persona que ha muerto es el padre y especialmente si es la madre. ¿De qué tengo yo que perdonar a mi madre? Es una pregunta que puede formular cualquiera, entre otras cosas porque una madre no necesita que se le perdone de nada, o más bien tiene todo nuestro perdón de antemano.

Pero la realidad es que nuestra madre es el ser humano que más influye en nuestras vidas, para bien y para mal, además es la persona que reúne en sí misma todo el centro de nuestros afectos. Hay un dicho muy español: “quien bien te quiere te hará sufrir” y quien más te quiere es siempre mamá. Revisar tu relación con tu propia madre y su influencia en toda tu vida, tiene como objetivo el que la pongas en el mundo como ser humano con sus defectos y virtudes. Esto que es muy sencillo de hacer con el padre, con la madre es mucho más difícil y cuesta un gran sacrificio, pues supone una revisión profunda de uno mismo.

Pero por otro lado en el momento de la despedida, con el dolor a flor de piel, nos es más fácil poner en claro estos sentimientos, sobre todo si somos capaces de quitarle a lo que encontramos dentro de nosotros las etiquetas del juicio: nada es bueno o malo, simplemente, es. Nuestros muertos necesitan perdón, porque ellos sí saben ya en que han afectado a nuestras vidas, las cosas positivas y las negativas, sienten remordimientos por lo que han hecho mal y necesitan de ese perdón. Pero es un perdón que va en las dos direcciones, pues ellos también saben de todo lo que tú les has hecho y te perdonan por ello, pero necesitan que tú también te perdones por ello.

No sé si he logrado explicar bien lo que significa el nexo de la culpa y la necesidad que tenemos de limpiarlo para que sea el amor lo que nos una a nuestros seres queridos una vez fallecidos. Y que las lágrimas de las plañideras, con su energía especial te ayudan a desnudar tu alma y descarnarte para poder limpiarte. Seguramente muchos de los que lean esto entenderán de lo que hablo, a otros les sonará a chino, pero si despierto la curiosidad en alguno podemos seguir hablando del tema.

Juan Carlos Domínguez Siemens

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