jueves, 27 de agosto de 2009

Maspalomas años sesenta

Artículo escrito para maspalomasactualidad.com

 

Empezó mi familia a veranear en la playa de Maspalomas al principio de los años sesenta, los primeros años en caseta en la playa y a partir del sesenta y seis, en el apartamento de Los Dragos nº4 construido en lo que hoy es el paseo del Oasis.

Eran años en los que las dunas se elevaban hasta los cuarenta metros y desde ninguna zona de la playa se veían las montañas. La charca, de aguas limpias, se denominaba a sí misma como lago, en una autoafirmación megalómana a la que contribuíamos todos sus habituales.

Las cosas que contaré aquí, para todos aquellos que no estuvieron por Maspalomas en aquellos años o les sorprenderá o pensarán que son mentiras, pero prometo que todo es verdad.

En aquellos años la charca tenía una constante aportación de agua dulce y agua salada y contaba con una rica flora y fauna hoy prácticamente desaparecida. Anguilas, pequeños peces de colores, ranas y sapos, pollas de agua, libélulas de varios colores, lisas, lebranchos, ranas de San Antón (verdes con manchas negras y ventosas en los dedos, que se convirtieron en una plaga en la plantación agrícola de Carlos Suárez) y en invierno, pelícanos y garzas, eran habituales de nuestro lago de Maspalomas.

En aquella época con las recrecidas de las mareas de verano, incluso varias dunas quedaban dentro de la superficie ampliada de la charca y la carretera que conducía al centro helioterápico quedaba por debajo del nivel del agua. Nuestra pandilla de amigos solía aprovechar estas crecidas para hacer excursiones de descubrimiento por todos aquellos parajes, para ello usábamos barcas o canoas y llegábamos hasta las inmediaciones del campo de golf. Habitualmente había varios islotes fangosos donde anidaban las pollas de agua y cientos de canales que se bifurcaban del canal principal entre los grandes cañaverales, muchos de ellos eran navegables (para canoas con poco fondo como las que llevábamos).

La variedad de insectos que poblaba la zona era inmensa, arañas pequeñas y grandes y peludas que se enterraban en la arena fangosa, otras que hacían telarañas gigantescas (tan resistentes que aguantaban una pelota de golf), con colonias de miles de ejemplares con las patas alargadas y negras y el cuerpo amarillo con anillos concéntricos negros que producían auténtico repelús. Corta tijeras de todos los tamaños, ciempiés de todos los colores imaginables, mariposas, etc etc etc. En medio de los canales en las zonas secas había lagartos del tamaño de cocodrilos pequeños que llegaban a medir casi un metro (hoy en día todavía se ve alguno en la zona del golf de Maspalomas). Por supuesto también abundaban las madrigueras de conejo. Y miles de ranas y sapos de todos los tamaños que llegaban a hacer un ruido ensordecedor. Además de las muchas especies de aves que anidaban en los palmerales y cañaverales.

Recuerdo en semana santa del año 1967 que fui con mi abuelo Juan Domínguez Guedes al golf de Maspalomas, campo recién inaugurado. Había estado lloviendo mucho durante el invierno y el barranco llevaba corriendo más de un mes, el agua corría cristalina y llevaba tanto tiempo pasando que había formado un surco profundo de más de 6 metros junto a la carretera de tierra. De repente mi abuelo dijo: ¡fíjate en eso que seguro que no lo vas a volver a ver! Paró el coche en seco y observé como en el centro de la carretera a pocos metros de nosotros había dos lagartos gigantescos peleándose. Parecían dos dinosaurios, nos bajamos del coche y me explicó que estaban en época de celo y que seguramente habría una hembra por allí cerca. La verdad es que mi abuelo tenía razón nunca he vuelto a ver un espectáculo como el de aquellos lagartos peleando.

Pero siguiendo con nuestro lago, hoy una charca inmunda, cuando llegaban las mareas altas de la luna llena de agosto y las mareas del Pino en septiembre, las olas superaban la barrera de arena que lo separaba del mar e iba entrando agua fresca. Los miles de peces, especialmente las lisas, en cuanto sentían el aporte de esta agua de mar se acercaban a la orilla y empezaban a subir contra la corriente hasta que se quedaban en seco y tenían que volver atrás. Este movimiento lo repetían una y otra vez hasta que los más fuertes lograban llegar al otro lado y ganaban el océano. Nosotros nos divertíamos cogiéndolos en esos momentos en que quedaban totalmente fuera del agua. Cuando he visto documentales de la dos con los osos pescando salmones contracorriente siempre me ha recordado a un montón de niños en Maspalomas cogiendo peces en las orillas del lago en marea alta.

Cuando el lago se llenaba demasiado se producía un espectáculo memorable: el conde mandaba un tractor y cuando bajaba la marea, abría un canal de vaciado que se convertía en un auténtico río. Los grandes lebranchos que ya llegaban a pesar dos y tres kilos con sus lados plateados y sus lomos grises y negros saltaban sobre la corriente para ser los primeros en llegar al mar. Eran los momentos elegidos por los más habilidosos, mi hermano Jorge y Carlos Melián los primeros, para ponerse en la mitad de la corriente a pescarlos con las manos.

Hoy en día, ni el ayuntamiento, ni costas, ni el gobierno autónomo ni los ecologistas, han logrado salvar este espacio natural, que no sólo era de una belleza deslumbrante, sino un parque de juegos y aprendizaje incomparable, qué afortunadamente los niños de mi generación tuvimos la suerte de poder disfrutar y desgraciadamente ni mis hijos ni las futuras generaciones podrán ver.

Juan Carlos Domínguez Siemens

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