viernes, 3 de julio de 2009

El miedo al miedo, “el darse cuenta” y “el intento”

 

- Papá, tengo miedo

- ¿A qué le tienes miedo hijo?

- A tener miedo

- Pero ya tienes miedo

- Sí

- ¿Y a que le tienes miedo?

- A tener miedo

- Vale, pero ya tienes miedo

- Sí, pero tengo miedo de tener miedo

- Pero hijo… si ya tienes miedo ¿cómo vas a tener miedo?

- Porque tengo miedo de tener miedo.

- No sé como explicártelo…

¿Les parece absurda la conversación? Pues ni se imaginan la cantidad de gente que vive la vida con miedo… a tener miedo. Aunque ese miedo lo disfracen con mil caras como coartada para el sentirse mal, fin último de todo miedo.

El miedo causa ansiedad, porque siempre se tiene miedo a algo malo que va a ocurrir en un futuro incierto. Cuando el miedo es tan indefinido como el miedo al miedo, la ansiedad puede llegar a convertirse en angustia vital y en su último extremo llega a anquilosar al individuo hasta la parálisis o la asfixia.

La solución pasa por situarse en un aquí y ahora espacio temporal, único lugar del universo donde no existe el miedo.

Ahora bien, ¿Cuál es el vehículo que nos conduce a nuestro presente? Todos los que hemos tenido contacto con personas que padecen de angustia o depresión sabemos que no es una cuestión de palabras. También sabemos que no existen las varitas mágicas, existe un trabajo interior que puede ser ayudado y dirigido por un terapeuta, gurú, chamán, psicólogo, vidente, psiquiatra, brujo o sacerdote, dependiendo de las creencias de cada uno, pero al final todos persiguen lo mismo: ayudar al ser humano a sentirse mejor consigo mismos, lo que se traduce en un vivir mejor.

Pero sin la obligada participación del “enfermo” (lo entrecomillo porque la mayoría de ellos no reconocen que lo están) es imposible iniciar ningún camino que le lleve al presente continuo.

Dice Carlos Castaneda maestro del “neochamanismo” que dos de los actos más poderosos de un ser humano son: “El darse cuenta” y “El intento”.

“El darse cuenta” es para mí el acto más difícil y a la vez el principio de todo cambio, pues aquel que no se da cuenta de cuáles son sus verdaderas circunstancias jamás podrá cambiarlas. Es un acto que llega además en forma de una poderosa revelación y con una tremenda energía. Si una persona es bendecida con un “darse cuenta”, que es un momento supremo de iluminación sobre su vida, no debe desaprovecharlo.

El acto consecuente del “darse cuenta” es: “el intento”, que a diferencia de “el darse cuenta” (que es un acto involuntario y que puede llegar en cualquier momento de la vida de una persona), “el intento” es un acto que requiere de la voluntad del individuo para la consecución de un fin. En este caso “el intento” se aplicaría al inicio de un camino para salir de la depresión, por supuesto “el intento” no garantiza el éxito, pero es un éxito en sí mismo.

Quizás todo esto suene un poco enrevesado y difícil de comprender, por eso me voy a utilizar a mí mismo como ejemplo para aclararlo.

Cuando tenía treinta años, después de haber pasado mi juventud deprimido y viviendo la vida como un arrastrarme por ella; un día tuve un sueño. En mi sueño sentí la presencia de unos seres que me hablaban y me decían que tenía que ser consciente de lo que la muerte de mi hermano había supuesto en mi vida. Me decían: “no te asustes por lo que vas a sentir” y en un segundo sentí un dolor insoportable en la boca del estómago que me hizo gritar y caerme de la cama.

En ese momento me “di cuenta” de que la historia de la muerte de mi hermano no la tenía resuelta. Busqué un terapeuta y acometí un “intento” de poner en claro mi vida.

En el momento en que uno empieza a hacer terapia, los “darse cuenta” se suceden uno tras otro, así en una sesión de regresión volví a la escena que, sin darme cuenta, había hecho tanto daño en mi vida. La cuento completa en un relato que he titulado “La noche que no pude morir” pero lo fundamental lo resumo aquí.

Yo tenía quince años y mi hermano catorce y estábamos internos en un colegio en la península. Yo estaba en la enfermería con bronquitis cuando mi hermano entró a las seis de la mañana con mucho dolor de cabeza y temblando. Se acostó en la cama de al lado y al rato empezó a roncar de forma rara. A pesar de que le intenté despertar para que dejase de roncar siguió haciéndolo. Cuando entró el médico a las siete, se acercó a él y al oírlo miró hacia mí y me gritó: “¿¿Cuanto hace que está este niño así?? Y al decirle que media hora, me respondió: ¡¡¿¿Y por qué no avisaste antes??!!

Tras revisar esa escena y volverla a vivir “me di cuenta” de toda la carga de culpabilidad que había cargado durante tantos años por la muerte de mi hermano. También me “di cuenta” de que yo no podía saber que ese ronquido ronco era el estertor del coma, pero que el médico que me gritó, sí lo sabía, que de hecho estaba trasladando su responsabilidad sobre mí en ese momento.

Todo esto lo cuento, para que ustedes entiendan el acto tan poderoso y mágico que es “el darse cuenta”. Nadie en este mundo me podía convencer de mi inocencia si yo no me daba cuenta de ello. Pero soy una persona afortunada, pues mi vida está siempre rodeada de este tipo de “magia” que me hace avanzar “dándome cuenta” y siempre “intentando” salir de mis propios agujeros.

Volviendo al miedo al miedo con que empieza este artículo, no existen las varitas mágicas ni tampoco una sola forma de lograr que la persona tome conciencia de sí misma y se “de cuenta” de donde está. Pero hay formulas que ayudan a llegar a ello, por ejemplo: el ejercicio físico, caminar descalzos sobre el césped o tierra y en general cualquier ejercicio que ayude a la toma de conciencia corporal, pues no nos olvidemos que todos nuestros problemas psicológicos se reflejan en nuestro cuerpo.

Pero en fin eso es otra historia de la que ya les hablaré.

Juan Carlos Domínguez Siemens

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