jueves, 19 de marzo de 2009

La Entrevista (Capítulo VI) Fin de la primera parte

Capítulo VI

Fin de la primera entrevista y un milagro de despedida

Juan de Dios miró el reloj, eran las cinco de la tarde, ni se había dado cuenta del tiempo que llevaban sentados en aquel banco, sintió un vacío de hambre en el estómago. La tarde era fresca y unas nubes se acercaban por el horizonte. Se volvió a Jesús y le dijo:

- Creo que sí, mejor lo dejamos aquí por ahora. Cuando esté preparado para la siguiente conversación me imagino que tú lo sabrás y podremos seguir hablando.

- Jajaja… Veo que ya sabes como es la operativa. Sí, no te preocupes yo sabré cuando estés preparado. La próxima además va a ser larga y te atañe personalmente. Hoy simplemente quería transmitirte una serie de conceptos sobre el bien y el mal, la religión y los hombres. Creo que he logrado despertar tu curiosidad y que no dudes de que soy quien digo ser. Tienes que pasar algún tiempo rumiando todo lo que te he dicho. Ahora me voy y si cuando transcribas la cinta tienes alguna duda, no te preocupes, piensa en mí y te contestaré.

- Vale, pero sin sustos por favor.

- Jajaja… vale, sin sustos.

Se levantaron, Jesús se acercó a Juan de Dios y le dio un abrazo, a pesar de la diferencia de altura (Jesús en su pariencia sudamericana apenas sobrepasaba el metro sesenta y Juan de Dios superaba el metro ochenta) Juan de Dios sintió que se podía perder entre sus brazos, súbitamente una inmensa felicidad como no había sentido nunca lo inundó. Una oleada de calor agradable le recorrió todo el cuerpo y un cosquilleo placentero se apoderó de él.

Cuando se separaron, Jesús lo miró profundamente a los ojos y poco a poco se fue alejando sin darle la espalda. La bandada de pájaros que había estado en silencio durante todo ese tiempo levantó el vuelo y todos empezaron a trinar al unísono una melodía que a Juan de Dios le sonó muy parecido a un aleluya. Cuando Jesús llegó al borde del lago abrió los brazos en cruz y para asombro de Juan de Dios los pájaros que volaban a su alrededor formaron un gran arco sobre su cabeza. Jesús se alejo caminando sobre las aguas del estanque sin que nadie más que Juan de Dios se percatase de ello. Al llegar al centro se volvió una vez más y en lo que pareció un guiño hacia él se elevó en el aire y desapareció en medio de un fogonazo de luz que lo iluminó todo como un gran relampago.
Juan se quedó mirando extasiado el lugar por donde había desaparecido, auns e veía su silueta de luz en el aire cuando empezó a caer una gran granizada que le hizo salir de su estado para correr a guarecerse bajo un árbol. El jilguero que le había hablado en el banco se posó en su hombro y le dijo al oído: “no dudes de lo que ha ocurrido aquí, los milagros existen y tu has sido su elegido para presenciar uno”.

Cuando terminó la granizada Juan de Dios se marchó en silencio, secándose con la manga de su gabardina las lágrimas que sin saber como ni por qué le brotaban a borbotones. La reconfortante sensación de cosquilleo en el cuerpo no le había desaparecido, pensó que aquello debía ser lo que se llamaba llorar de felicidad.
Cuando llegó a su casa María ya no estaba, pero le había dejado una nota:

“Señor Juan, tiene comida en el refrigerador, coma y acuéstese, no piense en nada y déjese llevar por la felicidad que le dejó mi hijo en su alma, nos vemos el lunes”

En ese momento distinguió un olor peculiar, olía a rosas frescas, por primera vez se dio cuenta que ese era el olor que dejaba María en su hogar… ¡el mismo que había sentido en el parque y en el ascensor cuando hablaba con Jesús!

Continuará….

La segunda parte está en producción, próximamente vendrán nuevos capítulos con algunas sorpresas.

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