miércoles, 8 de octubre de 2008

La Ansiada herencia del señor Grinham (relato corto)

El señor Antonio Grinham Caballero, era un soltero empedernido propietario de un castillo y tierras en Extremadura. Sus sobrinos, siete, todos hijos de su hermana Laura, iban a verle con asiduidad obligados por su madre.

El tío Antonio era una persona bastante peculiar, que vivía en compañía de tres perros pastores ingleses, -que iba cambiando a medida que se le iban muriendo- su criada Hermenegilda -de edad incierta aunque seguro que cercana a los cien años- y un burro que le hacía de transporte en las raras ocasiones en que bajaba al pueblo.

En su habitación -una amplia estancia en la primera planta del castillo- vestida con apolillados muebles que eran el reflejo de su pasado esplendor, tenía un viejo arcón de madera con siete cerraduras donde guardaba su tesoro. Cada vez que sus sobrinos venían a verlo, les enseñaba el arcón y les decía: "dentro de este gran cofre se encuentra mi tesoro que algún día será vuestro".

Claro que don Antonio llevaba diciendo esto más de cincuenta años a pesar de lo cual, los sobrinos seguían yendo a su casa. Acompañados al principio por sus hijos y después por sus nietos. Él no se cansaba de relatar historias sobre la guerra civil española, en la que luchó en el bando republicano, llegando a ser comandante a las ordenes de Lister.

Enseñaba sus medallas y heridas de guerra mientras que los hijos primero y después los nietos de sus sobrinos, miraban asombrados y boquiabiertos, al igual que habían hecho ellos tantos años antes. Después, los llevaba al gran arcón con siete candados y les repetía la historia de su tesoro, que algún día sería de ellos.

Hasta que un día con noventa y seis años murió. La familia se reunió a la llamada de su abogado, allí estaban todos los sobrinos con sus hijos y nietos, más Hermenegilda, escuchando expectantes las palabras del leguleyo.

“Las fincas se venderán para pagar las deudas, el castillo se lo queda Hermenegilda, con el dinero sobrante de la venta de las tierras y para mis queridos sobrinos, les dejo mi arcón con el tesoro, que tantas veces han venido a ver. Aquí están las siete llaves que abren sus candados”. Dicho esto el abogado levanto un manojo de grandes llaves de hierro.

Los sobrinos se miraron sonrientes y quedaron con el abogado en subir al castillo al día siguiente a las doce del mediodía para abrir el tesoro.

A las doce en punto estaban todos allí, entre los sobrinos, sus hijos y sus nietos sumaban más de noventa cuando subieron todos en tropel a la habitación del tío Antonio. Se agolparon como pudieron en la estancia alrededor del arcón, mientras el abogado luchaba, cerradura tras cerradura, hasta abrirlas todas.

Le correspondió abrir la tapa a Eustaquio, el mayor de todos, el abogado y los que estaban más cerca se apartaron para hacerle hueco. Eustaquio tiró hacia arriba de la tapa que con un ruido estremecedor de goznes oxidados cedió y se fue levantando poco a poco. Cuando logró izarla del todo se asomó dentro y vio en el fondo, un trozo de tela perfectamente doblado y un sobre de color dorado desteñido por el tiempo, reposando encima. Se estiró dentro del arcón y extendiendo su mano cogió el sobre y la tela. Al enseñarlo a sus hermanos, éstos pusieron cara de sorpresa y se miraron unos a otros extrañados.

-¡Pero ábrelo hombre! ¿que dice? ¿da instrucciones para llegar al tesoro?
Eustaquio con manos temblorosas abrió el sobre que contenía una sola hoja doblada en cuatro. Lentamente desdobló el folio y leyó su contenido, su cara cambió de color, se puso más pálido que la amarillenta cuartilla que tenía delante. Poco a poco se dio la vuelta y se encaró con el resto de la familia, levantó el papel en alto con las dos manos para que todos pudieran leerlo y dijo: aquí pone ¡VOTAD AL PSOE CABRONES! Dicho esto, desdobló la bandera republicana, los miró a todos lentamente y exclamó: "el jodío rojo no cambió ni después de muerto". Y acto seguido soltó una gran carcajada que arrastró al resto de la familia, que terminó revolcándose de risa.

FIN

Juan Carlos Domínguez Siemens

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola primo,
la verdad es que el final me lo esperaba un poco distinto, ya que tanto años yendo a ver el maldito cofre y luego todos se rien cuando no les toca nada???
Un abrazo,
Erik