viernes, 16 de noviembre de 2007

Mi abuela y el Infinito

Cuando era pequeño, estaba una noche en el jardín mirando la luna y las estrellas con mi abuela y le pregunté:
- abuela, ¿cuantas estrellas hay en el cielo?
- Ufff…infinitas, mi niño.
- Ahh y ¿eso cuantas son?
- Infinitas significa que no se pueden contar, que cualquier número que pienses…son más. Pero para que te hagas una idea… ¿tú sabes cuando estás en la playa y coges un puñado de arena?
- Sí
- ¿Sabes cuantos granos hay en un puñado?
- ¡Bohj! Muchos ¿eso es infinito?
- Nooo, espera, solo piensa en esto, tú sabes que en un puñado de arena hay tantos granos que no los puedes contar. ¿Te imaginas los puñados de arena que puede haber en la playa de Maspalomas?
- Pues…. ¿infinitos? –pregunté pensativo-
- Nooo, espera, sigue pensando en esto…súmale a la arena de la playa de Maspalomas toda la arena de Las Canteras, después toda la arena de todas las playas del mundo, que son miles y miles y después le sumas toda la arena de todos los desiertos del mundo… ¿te vas haciendo una idea?
-Ufff –dije mareado- ¿eso es infinito?
-No, eso comparado con el infinito es como si todavía tuvieses un grano de arena y tuvieses que coger un puñado de esos granos y playas enteras y toda la arena del mundo otra vez y así toda tu vida haciéndolo y seguirías como al principio con un solo grano comparado con el infinito.
- ¡Vaya! Eso es muchisísimo

Esto ocurrió en mil novecientos sesenta y dos, en plena carrera espacial a ver quien llegaba antes a la luna. Y le pregunté otra vez a mi abuela:

- ¿Abuela y habrán marcianos allá arriba?-
- Pues mira Juanca, no lo sé, pero pensar que entre todo ese número infinito de estrellas de las cuales el sol es solo una de ellas, no hay ningún planeta igual que la tierra y que esté habitado…es la mayor soberbia que puede pensar un ser humano.

Hoy en día han pasado más de cuarenta años, la ciencia ha avanzado más que en toda la historia de la humanidad junta. No sé si se ha descubierto ya el número exacto de estrellas que hay en el universo, o sigue siendo un número infinito. Lo que si sé es que mi abuela, que hoy en día tiene noventa y cinco años, está conectada a Internet. Pero no solo eso, sino que participa con su ordenador en un programa espacial de la NASA que busca y sitúa agujeros negros en el universo. Ya en aquella época hace más de cuarenta años contenía mi abuela más sabiduría y conocimientos ella sola, que la mayoría de los seres humanos que he llegado a conocer.

Yo aún a estas alturas de mi vida no he oído a nadie dar una mejor explicación de lo que es el infinito, la inmensidad. Yo crecí así sabiendo de lo relativo de las cosas, aprendiendo a no negar la posibilidad y con el espíritu tolerante que da el sentido de nuestra pequeñez frente a lo infinito. La conciencia de lo pequeño frente a la inmensidad. Hubo momentos en mi vida en que esta conciencia me aplastó. Hubo momentos en que preferí luchar por ser libre de un Todo que me empequeñecía hasta hacerme desaparecer en la nada. Pero, aprendí también que existe una dimensión espiritual en nosotros y que esa dimensión no nos enfrenta al infinito, sino que nos hace parte de el.

Una vez le oí decir a una persona muy brillante que desde tu “yo” mil años es una eternidad, pero desde la eternidad mil años es nada.

Siempre nos estamos preguntando cosas, siempre tenemos miedo a preguntas que nos saquen de nuestra comodidad intelectual. ¿A donde vamos después de morir?, ¿existe la vida después de la vida?
Y mi respuesta es: Sí, existe, porque existe la conciencia y la conciencia como forma pura de energía no muere.
¿A donde vamos después si sigue existiendo la conciencia? Al Infinito, a Dios. ¿Y que es Dios?
Pues… Para eso también mi abuela tuvo respuesta hace más de cuarenta años y me contó la historia de S. Agustín y el ángel. Imagino que todos la conocen, pero nunca está de más repetirla.

Iba un día S. Agustín por la playa paseando y tratando de buscar respuestas para dilucidar la existencia de Dios, cuando se encontró un niño que hacía un agujero en la arena. San Agustín se paró a observarlo y vio como el niño, una vez hecho el agujero, se acercaba a la orilla con un cubo, lo llenaba de agua iba corriendo al hoyo y la vertía en el. Esto hizo el niño una y otra vez frente a un San Agustín perplejo, hasta que después de mucho tiempo se acercó al niño y le preguntó:
- ¿Que haces?
- Estoy metiendo el mar en este agujero-dijo el niño mirándole a los ojos sin inmutarse-
- Pero… ¿no ves que eso es imposible? El mar es demasiado grande como para meterlo dentro de un agujero en la arena.
- Bueno…-respondió el niño- más difícil es lo que intentas tú, comprender a Dios con una cabeza tan chica.

Puede ser que la historia no fuera exactamente así, pero así la recuerdo y así la cuento.

Años mas tarde aprendí también a formar parte de ese infinito, no solo como un intento intelectual de aproximarme al concepto mismo de “lo que no tiene fin”, sino como una experiencia espiritual de formar parte de un todo indivisible y que ni empieza ni acaba con uno mismo. Así es el infinito y así entiendo con mi limitadísima cabeza la existencia de algo muy superior a mí pero de lo que formo parte.

Pero… al final, como lo que cuenta es como vives, tal y como dijo San Agustín…AMA A TU PROJIMO Y HAZ LO QUE QUIERAS. Filosofía resumida pero profunda para vivir. Filosofía aprendida gracias a mi abuela, Angelina Hernández Millares, y la cual agradeceré eternamente. Gracias abuela, te quiero.

Juan Carlos Dominguez Siemens

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