martes, 7 de julio de 2009

Murió con las botas puestas (Cap.I)

 

Don José Pitiklín Carmaiquel era un ricachón propietario de una gran fortuna de dudosa procedencia. Cuando la policía lo encontró desnudo, calzado con botas vaqueras y portando sombrero tejano, en un hotelucho de mala muerte en las afueras de una ciudad de nombre pintoresco y calles sin asfaltar; ya era cadáver.

De su desaparición se habían hecho eco los titulares de todos los periódicos del país hacía unos meses, pero como siempre ocurre en estos casos la noticia se fue enfriando sola, hasta pasar a unas simples notas en página de sucesos donde se iba dando cuenta de los pocos avances en la investigación policial.

Las primeras hipótesis de secuestro por una venganza mafiosa, respaldadas por su oscuro pasado; o de un secuestro a cambio de rescate, avalada por su opulenta fortuna, fueron desechadas con el paso del tiempo. Las únicas que se barajaban ya eran la del asesinato por venganza o la desaparición voluntaria del personaje.

Cuando López Riego, el teniente de la policía federal encargado del caso, recibió la llamada telefónica que le informaba de la aparición del millonario, se puso en marcha para conseguir un avión que lo llevara hasta el lugar del suceso. ¡Por fin! Pensó para sus adentros pues estaba harto de esta investigación que no le llevaba a ninguna parte.

Pitiklín de sesenta y tres años, metódico, ordenado y de costumbres fijas, salió un día de su mansión conduciendo su Bentley descapotable último modelo camino de su oficina y nunca más se volvió a saber de él.

Su coche había aparecido al día siguiente en un solar a escasos metros de su casa, oculto en la maleza. Era como si se hubiera esfumado en el aire. Nadie había visto nada sospechoso, no había habido movimientos en sus cuentas bancarias, ni se le había visto el pelo. Simplemente había desaparecido.

Tras seis meses de investigación, sabían exactamente lo mismo que a la hora de denunciar su desaparición, es decir: nada. Había investigado todo y a todos, su mujer, Elvira y sus dos hijos, tenían coartada y parecían sinceramente afectados. Aún así, al cabo del tiempo empezó a sospechar de ellos, los investigó y… agua. Ni una mácula en su expediente, una mujer dedicada en cuerpo y alma a su marido y unos hijos emprendedores, con prósperos negocios propios y grandes fortunas personales que anulaban cualquier sospecha de crimen para quedarse con la herencia del padre o del marido.

Cada pista, cada sospecha, cada indicio había llevado al mismo sitio: un callejón sin salida. Por eso al recibir la llamada de la policía de la Región de Oriente, había suspirado, aunque la noticia no era buena pues él aún albergaba esperanzas de encontrar a Pitiklín vivo, al menos ya tenían un cuerpo, sólo le quedaba rehacer la historia.

Al día siguiente, catorce horas después de la llamada, López Riego entraba en el anatómico forense del Hospital Josef Bejamin. Allí lo esperaban el sargento García y el cabo Méndez.

- Sus ordenes mi teniente –lo saludaron en cuanto lo vieron aparecer-

- Déjense de milongas y cuéntenme que ha pasado aquí

- Pues… la verdad es que es complicado mi teniente –respondió el sargento García mientras se atusaba los cuatro pelos sudorosos que aún quedaban en medio de la calva y se tiraba del cinturón hacia arriba para colocarlo sobre la enorme panza de la que se había resbalado.-

- Ya lo sé, siempre es complicado ¿Qué se creían? Empiecen por el principio.

- Verá… es que el problema está ahí, en que hay varios principios.

- ¡Joder García no me joda!

- Vale, vale, pues empecemos por la puta…

- ¿Por la puta? ¿Qué puta?

- La que llamó

- ¿Cómo que la que llamó?

- ¡Coño jefe, calle y escuche!

- Dele pues

- Mariela que así se llama, es una puta de reconocido prestigio en la zona, una mujer guapísima de ojos de fuego, corazón de hielo y veneno en la piel, que vuelve locos a todos los hombres que se tropiezan con ella.

- ¡Joder García! Déjese de poesía y vaya al grano.

- Vale, Mariela nos llamó ayer a eso de las once, no se identificó, pero nos dijo que había un hombre moribundo en la habitación número siete del motel Miramar, que por cierto no sé por qué se llama así cuando la costa está a más de ochocientos kilómetros…

- ¡García al grano! – dijo el teniente echando chispas por los ojos-

- El caso es que el cabo Méndez y yo que estábamos de guardia, nos dirigimos al lugar y a la media hora estábamos forzando la habitación del hotel.

- ¿Forzándola?

- Ejem… sí, se nos olvidó pedir la copia de la llave en la recepción. –poniéndose colorado-

- Entiendo –dijo el teniente con cara de recochineo-

- El caso es que al entrar encontramos el cuerpo caído de bruces, pero creo que antes de seguir más vale que le eche un vistazo al cadáver. Después de verlo le seguimos explicando.

- OK pero antes explíqueme una cosa que no entiendo

- ¿El qué?

- Usted dice que la puta… la tal Mariela no se identificó. ¿Cómo saben que fue ella la que llamó?

- Ejem.. es que el recado lo cogió el cabo Sánchez y tiene su teléfono grabado…

- Ya, no siga que lo entiendo

El sargento García abrió la marcha adentrándose en las entrañas del hospital hasta la sala del forense…

Continuará…

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola primo,
llevaba tiempo sin poder conectarme a tu blog, pero aqui vuelvo a estar. Para cuando el capitulo 2?
Un abrazo
Erik