viernes, 31 de octubre de 2008

Diario de un empresario canario de viaje en Cabo Verde

Me vine a Cabo Verde a cerrar un negocio, aunque nunca escribo de ello en mi blog, para que lo sepan…también trabajo. Tengo un pequeño y próspero negocio de ventas de tuberías y accesorios hidáulicos. Para eso vine aquí, a la tierra prometida a cerrar un contrato de unos cuantos cientos de miles de euros, que si Dios quiere me van a dar de comer el año que viene.

Pero a lo que vamos, primero la renovación del pasaporte, que por supuesto me di cuenta de que estaba vencido dos días antes del viaje. Después visita al consulado en Las Palmas -buen tipo Juanito Cárdenes el cónsul-, hay que sacar visado -caramba, que sorpresa!- al módico precio de 45 euros te sirve para tres meses -una sola entrada y salida del país- en fin, paso por caja y pago. Aunque reconozco que sorprendido.

Voy al aeropuerto a pagar el billete reservado, me dicen que hay que estar dos horas antes del embarque –vale, casi que normal, me digo- hora de salida: martes 28 a las 13:45.

El martes a las 11:30 llego al aeropuerto de Gran Canaria desde donde sale el único vuelo directo a Cabo Verde de toda España –bien por nosotros!- me acerco a la pantalla que anuncia los vuelos y leo que la salida del vuelo está anunciada para las 11:45, con el corazón en un puño me voy corriendo al mostrador pensando en como carajo me pude equivocar en la hora. Llegué asfixiado, con los malos presagios de dejar colgado al presidente de la República y un ministro, esperándome para una reunión al dia siguiente.

Falsa alarma, la hora era correcta a las 13:30, todo es una treta para fortalecer el corazón de los visitantes y que se vayan entrenando para lo que les espera. El segundo juego del despiste es que se anuncia la facturación por los mostradores 48 y 49 y la cola de morenos está en el 50 y 51 -era otra treta para que los blancos pasemos primero-.

Ya en la facturación se da uno cuenta de porqué anuncian que hay que llegar 2 horas antes, todo el mundo va con exceso de equipaje y claro hay que llorar para que te dejen pasar el máximo. Pasé el control de pasaportes, donde el policía me miro tan intensamente a los ojos que me hizo sentir culpable-aun me pregunto que habré hecho-. Llamaron al embarque a la una y cuarto, entre de los primeros-ni de coña la próxima vez- a las dos y media todavía seguíamos esperando a los últimos llorones del exceso de equipaje.

Por fin se cierran las puertas y dos señoritas mezcla de gacela y pantera negra dan las instrucciones sobre seguridad com una danza hipnótica. El avión es grande y cómodo y nos dieron hasta comida caliente. Nada digno de mención durante el vuelo de dos horas y media a Praia, capital de Cabo Verde en la isla de Santiago.

Una vez que desembarcamos en Praia es donde uno se da cuenta del cambio, esto es África, las maletas parecía que las estaban bajando del avión una a una y a mano, cincuenta minutos tardaron en empezar a salir por la cinta, me entretengo en leer carteles en portugués, entrenando mi acento portuñol, que viene a ser un español pronunciado con acento portugués, especialmente interesante el cambio de las “terminaciones”- que en portuñol serían “as terminaçaos” y en portugués de verdad terminações-. Mientras estoy esperando por las maletas coincido con u grupo de empresarios y Juan Cárdenes el cónsul, que me advierten de que si vengo a hacer negocios que entienda que este no es el país ideal para venir con prisas. Aquella aseveración (aseveraçao) me inquietó. Pero nada comparable a la realidad.

Al salir, me esperaba el chofer con un cartelón para miopes (JUAN CARLOS DOMÍNGUES HISACAN) –HISACAN es el nombre de mi empresa, por si alguien necesita tuberías- lo saludé y mientras íbamos caminando hacia el coche le dije lo siguiente empezando mis prácticas de portuñol avanzado:

Oi! Eu sou Joao Carlos Domingues, sou um empressario de as islas canarias e vengo a ter uma reunion com el presidente de a república de Cabo Verde e com el ministro de industria. Vou a ficar aqui uma semana e vou a necessitar um chofer que me cheve y me traiga e de passo a fim de semana me cheve a dar uma volta turistica por la ila de Santiago. Eu quero conhecer bien como vive la genti e los lugares que no som de turistas mais eu quero tambien saber acerca de la historia caboverdiana.

El chofer me dejó hablar, cuando terminé me miró sonriendo y me dijo:

Hola señor Juan Carlos, su acento de portuñol es bastante bueno y presumo que no es la primera vez que ha estado usted en Cabo Verde o Portugal. Mi nombre es Ze Luis Oliveira da Silva, estaré encantado de hacerle de chofer y guía turístico en la isla de Santiago por una semana, una vez que acordemos un precio que sea razonable. Además creo que ha tenido bastante suerte en dar conmigo porque soy licenciado en historia y filología hispánica y este es mi último mes de taxista pues he aprobado la plaza fija en la cátedra de historia en la universidad de Lisboa – al ver la cara de gilipollas que se me estaba poniendo, pues todo este discurso lo hizo en un perfecto castellano con acento peninsular-, siguió diciendo: no se sorprenda de que hable español sin acento, mi padre es diplomático de carrera y estudié en Madrid, hasta que entré en la Universidad de Salamanca en la que estuve cinco años y después terminé la carrera de historia en la Universidad de Lisboa.

Me quedé “pasmao” y sin palabras, le di la mano y le dije simplemente: encantado Ze, ahora vamos al hotel América...

y lo que sigue es otra historia que iré desgranando en próximos capítulos.


Juan Carlos Domínguez Siemens

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