lunes, 15 de septiembre de 2008

Lectura en el funeral de mi abuela Pepita Arias

Los muros de esta parroquia de santa Catalina, han sido testigos mudos de muchos acontecimientos familiares. Algunos alegres, bautizos, primeras comuniones, bodas... otros tristes, los funerales de mi hermano Jorge, mi madre y mi abuelo Juan.

Hoy he querido ser yo el que lea unas palabras acerca de mi abuela, en nombre de la familia. Reconozco que a diferencia de otros funerales, hoy no me embarga la tristeza, y no me embarga la tristeza porque mi abuela vivió su vida con tanta plenitud, tanta pasión, con tanta alegría, con tanta entrega hasta el final y tuvo una muerte tan dulce, que creo que no hay motivos para la pesadumbre.


Cuadro que presidía el salón de su casa hoy en poder de su querida nieta Cristina



Pero aun así, su ausencia va a dejar un gran vacío en las personas que la conocimos, un hueco difícil de llenar, por lo grande que fue su presencia.

Y... ¿Quien era mi abuela Pepita?

Si yo tuviera que definirla en pocas palabras, diría que fue una mujer excepcional, única e irrepetible. Una mujer que alumbraba más que el sol. Que hizo girar el mundo a su alrededor y se aposentó en el centro reinando y gobernando como una emperatriz. Era una persona que por encima de todo fue autentica.

¡Menuda era Pepita Arias!

Muchos de ustedes la conocieron de joven, yo evidentemente siendo su nieto la conocí mucho más tarde. Pero sabiendo como era en su madurez y su vejez, de joven tuvo que ser espectacular. Fue una mujer que cómo todos los que nacen para la grandeza, tuvo suerte. Su gran suerte fue encontrar a mi abuelo, que era tan grande y brillante cómo fue ella, pues conociéndola cómo la conocí, cualquier otro hombre con menos personalidad se hubiera anulado a su lado. Vivió con él un amor tan intenso, romántico y pasional, que si William Shakespeare los hubiera conocido, seguro que hubiera cambiado la historia de Romeo y Julieta y hubiera escrito la de Pepita arias y Juanito Domínguez.


Con mi abuelo "El Gran Juanito Domínguez"

Mi abuela Pepa fue una mujer de grandes virtudes, su lealtad hacia su marido y hacia su familia, que para ella incluía a todos, hijos, nietos, hermanos, primos, cuñados y sobrinos, fue incondicional. Los unió a todos a su alrededor, como un sol que alumbra a sus planetas en órbita. Desde mi niñez, recuerdo las reuniones de los lunes en su casa, donde nos reuníamos los hijos y nietos a comer. Recuerdo los líos que se le formaban cuando las cuentas le salían mal y tocaban trece en la mesa, era capaz de comer de pie. Por la tarde venían a tomar café, sus hermanos, primos y sobrinos. Reuniones multitudinarias en las que ella de anfitriona, era la mujer más feliz del mundo. Y que se alargaban, al té de la tarde y posteriormente al whisky, su bebida preferida que usó, pero de la que nunca abusó.


Entrega de premios en el Real C.de Golf de Las Palmas en 1958


Se reía mucho, incluso de si misma y jamás dejó que el dolor, el malestar o la falta de ánimo, la dominasen. Cuando peor estaba y le preguntabas que tal se sentía, la máxima queja que se pudo escuchar de su boca fue: “bien con jota” a lo que seguía siempre una carcajada.

Siempre fue la reina de las fiestas

Por supuesto que mi abuela no era perfecta, era humana y tenía defectos, pero todos provocados por su misma forma de ser. Cuando alguien es el sol que deslumbra el mundo, a veces se olvida de que los demás también tienen luz propia y que necesitan que se les vea. Y por supuesto, cuando alguien manda tanto, a veces puede resultar tirana para su entorno. Probablemente haya personas que la conocieron que se pueden haber sentido heridas por sus hechos u omisiones. Pero hoy desde aquí quiero también romper una lanza en su favor, pondría la mano en el fuego por ella, porque sé que jamás hizo daño a nadie intencionadamente. Porque mi abuela era una mujer de buenos sentimientos.


Mi foto preferida de mis buelos, felices rodeados de todos sus nietos en 1960


Pepita Arias, le organizó la vida a todo el mundo y su frase favorita empezaba siempre de la misma manera... “Tu lo que tienes que hacer es....” y continuaba con su visión acerca de lo mejor para la otra persona. La verdad es que era una mujer como se dice hoy en día, con la cabeza bien amueblada y solía dar buenos consejos... aunque no se los pidieras ni lo necesitases.



En el campo


Recuerdo que le advertí de como era mi abuela a mi novia antes de presentársela, ella no se lo creyó mucho, pero Pepita no me defraudó. La primera frase que le dijo nada más verla fue: “Mi niña, tu eres tan guapa que lo que tienes que hacer es irte de modelo a Nueva York” afortunadamente Olga no le hizo caso y llevamos veinticinco años casados.



Con Severiano Ballesteros en Bandama>

Pepita tenía una fe inquebrantable, fe en sí misma y en Dios. Tenía una voluntad de hierro y un sentido del deber inconmensurable. Precisamente por eso se le perdonaban sus excesos de mando y sus tiranías, porque era una persona con la que se podía contar. Cuando necesitabas consuelo, su luz te alumbraba y su calor te reconfortaba. Nunca faltó a la cita con quien la necesitaba.



Golpe inaugural en "El Cortijo Club de Campo"



He pensado mucho acerca de ella éste último mes, de alguna manera, una parte de mi sabía que se acercaba el final y tenía la obligación de rendirle un merecido homenaje. Durante este tiempo, he revisado mi memoria y he tratado de acercarme a su vida para saber que es lo que la hizo tan especial, que fue lo que la diferenciaba de las demás personas que he conocido. He llegado a la conclusión de que mi abuela fue una de esas pocas personas que han logrado ser ellas mismas durante toda su vida. Vivió como quiso y murió como quiso. Pero además supo vivir como dijo Jesucristo, “dándole al cesar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”. Compensando sus gustos lúdicos personales, con el cumplimiento de sus creencias religiosas.



Precisamente por eso creo yo que tuvo un muerte dulce, porque nunca tuvo problemas de conciencia. Siempre supo que hacía lo correcto. Ella sentía que cumplía la voluntad de Dios. Por eso en la adversidad aceptó sin queja lo que le viniera, porque si Dios lo quería así, quien era ella para oponerse.

Para terminar, voy a contar una anécdota de ella y le voy a dedicar unas palabras como epitafio.

Cuando yo tenía once o doce años, en una reunión familiar de los lunes, oí de pasada que mi abuela había ido con su amigo Néstor Álamo y se habían comprado dos parcelas contiguas. Me extrañó la discusión que siguió después pues no la entendía. Lo que estaba claro es que había oposición por la compra, ella hablaba maravillas de la parcela y mi abuelo, mi padre y mis tíos se enfadaron con ella. Al final ella decía que tenía unas vistas estupendas y mi tío Miguel Ángel no podía parar de carcajearse. Después lo entendí todo, la parcela era en el cementerio de san Lázaro. Recuerdo que en aquel momento me reí pensando que eran las cosas de mi abuela Pepa.

En el terrenito con su sobrina Chucha, nótese que ni siquiera ahí podía dejar de reirse


Lo que no pude imaginar en ningún momento es que el primer ocupante de la parcela iba a ser mi hermano Jorge y que después vendría mi madre y más tarde mi abuelo Juan. Probablemente mis hermanos y yo, seamos los que más veces hemos visitado la parcela de la familia y en muchas ocasiones me he acordado de mi abuela Pepa, por la genial idea que tuvo al comprarla, pues ha sido desde hace años un buen sitio para ir a reflexionar sentado en un banco a la sombra de un árbol acerca de la vida y la muerte.

Renovando sus votos en las bodas de oro


Ahora, por fin Pepita descansa en paz, se reunió con su marido, Juanito, para continuar juntos su relación donde lo dejaron. Su amigo Néstor, seguro que la esperaba impaciente para cantarle sus últimas composiciones. Cómo hizo con la canción “Sombra del Nublo” que en cuanto la terminó fue corriendo a casa de su amiga Pepita para que fuera la primera en oírla.
Aquí descansa en paz


Pepita, abuela, esto último te lo digo a ti directamente y de la forma en que a ti te gustaba expresarte: tú lo que tienes que hacer ahora es... descansar en paz, no alborotar demasiado y sobre todo, recuerda que san pedro lleva casi dos mil años haciendo lo mismo, no necesita que le reorganices el cielo

1 comentario:

Anónimo dijo...

yo tambien aplaudo.