martes, 1 de abril de 2008

La venganza del cabrero


"Como la historia es larga, pinchando el título lo pueden bajar en pdf."



La historia de Agapito el cabrero



“Dicen los chamanes mexicanos que un sanador
ha estado al borde de la muerte y ha sanado”

“Solo el que ha sufrido puede entender al que sufre”




D. Manuel Lezcano, que así se llama el médico de Arona es un señor de sesenta y cinco años, un poco pasado de peso y frente despejada hasta media cabeza, que luce un fino bigote muy español de posguerra. Es un hombre de naturaleza afable y muy querido en su pueblo, donde lleva ejerciendo la medicina desde hace casi cuarenta años. Su mayor virtud es su humanidad, trata personas y no enfermedades, o sea, lo contrario de ese médico de la tele, el famoso Dr. House. Es ese tipo de medico a la antigua, que habla con sus pacientes, los escucha, al tiempo que se interesa por sus problemas, su entorno familiar y laboral. En cuarenta años de ejercicio de la medicina, ha aprendido que el factor psicológico en la enfermedad es tan importante como el fisiológico. Ha visto como las preocupaciones pueden derivar en enfermedades, un hijo problemático, puede provocar tremendas jaquecas en sus madres. Un berrinche altera un análisis de sangre, que se corrige en una segunda visita, simplemente con haber descubierto de donde viene el problema. Le ha impactado ver morir de pena a mujeres que no pudieron soportar las muertes de sus hijos. Aunque la pena se disfrazara de cáncer. En resumidas cuentas es un medico que practica la psicología con sus pacientes. Incluso recetando placebos antes de prescribir demasiadas medicinas, que en algunas ocasiones hacen mas daño que mejoría. Nadie mejor que Juan el farmacéutico del pueblo sabía esto. Algunas de las recetas con “fórmulas magistrales”, recetadas por el médico, eran simplemente agua con un poco de color y sabor, pero que en muchos casos obraba milagros.

María Esteban tenía hora con don Manuel a las cinco de la tarde. María es la mujer de Agapito López el cabrero. Una mujer humilde que vivía con su marido y tres hijos en una casa cueva de un barranco cercano al pueblo. Había venido a visitarlo varias veces el último mes. María que era una mujer de 42 años rolliza y dicharachera, estaba enfermando. A la tercera vez que vino con fuertes dolores en el pecho, d. Manuel empezó a sonsacarla:
-María, te conozco desde que tenías diez años ¿Qué es lo que te está pasando? No quiero que me cuentes tus dolencias, esas ya me las has contado todas. Pero se que hay algo que te preocupa. Me ayudaría mucho saber que es. ¿Tienes problemas con tus hijos o con tu marido?-María rompió a llorar y entre sollozos comenzó a contarle al doctor-
- Mire usted don Manuel, es que me da mucha vergüenza hablar de estas cosas -y bajando la voz le dijo- es que sabe usted mi Agapito…hace 6 meses que no…ya sabe a lo que me refiero, que no…-poniéndose colorada como un tomate, terminó la frase- ¡ay don Manuel que no se le sube! –Don Manuel reprimió la risa-
-Cuéntame que es lo que le pasa, ¿esta inapetente? – No, no es que no quiera es que no puede….sabe usted, es que su aparato…no se le pone duro, por mucho que hago cosas no logro que se le despierte. Él entonces se enfada y se pone violento, la última vez me pegó y se marchó tres días con las cabras. Además se queja de que le duele al orinar, hay noches que se tiene que levantar hasta cinco veces para ir al baño.
El medico se quedó un rato mirándola pensativo hasta que rompió el silencio con una nueva pregunta
- ¿que edad tiene Agapito, cuarenta y cinco?
-no, doctor tiene 50 años
– ¿y se ha hecho alguna vez una exploración de próstata?
- ¿no se, que es eso doctor?
-bueno…eso no importa, pero vamos a hacer una cosa, que venga a verme mañana por la tarde a ultima hora, sobre las ocho, lo atenderé.
–¡Pero don Manuel! ¿Cómo le voy a decir a mi Agapito que le he contado a usted que no se le levanta? Si se entera me mata, mire que él es muy bruto.
–No te preocupes mujer, ten confianza en mí, dile que quiero verlo y que venga solo, lo espero mañana a las ocho. ¡Hala! y ahora a casita, vete tranquila.

María se fue temblando para su casa. ¿Como le iba a decir al agapito que fuera al médico? si se enteraba de lo que le había contado la iba a matar. Después de 20 años de matrimonio sabía como se las gastaba su marido. No es que Agapito fuera un mal hombre, mas bien al contrario, era de esos que se les puede definir como un pedazo de pan. Trabajador como nadie, le había dado una vida austera, sin lujos, pero nunca les había faltado de nada. Cuando se casaron solo tenían la cueva con una habitación, el rebaño con 60 cabras y unos terrenos llanos donde plantaban papas y algunas hortalizas. Con los años, la cueva se había convertido en un confortable hogar con 4 habitaciones, el rebaño tenía 500 cabras y además del huerto tenían una pequeña quesería. Todo ello lo había levantado Agapito con sus propias manos. Actualmente sus hijos le ayudaban y 3 peones se encargaban de los diversos quehaceres de la quesería, el manejo de las cabras y el huerto. Agapito es un hombre callado, de pocos amigos, no bebe regularmente, ni tiene vicios conocidos. Siempre ha sido bueno con ella, cuando necesita algo, le bastaba decirlo y él se pone manos a la obra. Así logró que le trajera una tubería desde el pozo para dar agua corriente a la casa, que le hiciera un baño con ducha en condiciones y una cocina con horno y todo. Bloque a bloque, hizo crecer el exterior de la cueva, hasta convertirla en la casa con cuatro habitaciones y salón de la que ahora se siente tan orgullosa.

Pero Agapito no soporta que se invada su intimidad, de la que ella formaba parte. Ella nunca se olvidará de dos hechos que han ocurrido durante su matrimonio. El primero, de recién casados; se encontró por la calle con un amigo de su niñez que fue corriendo a darle un beso. Agapito, sin mediar palabra, le dio tal trompada que lo mando al hospital. Desde entonces en el pueblo ningún hombre se atrevía a acercarse a ella mientras él estuviera cerca. El segundo fue cuando la gran epidemia de brucelosis que obligó al sacrificio de todo el rebaño. Ella, sin consultarle, fue a ver a su padre y pidió dinero prestado. Al enterarse, en un arranque de furia la arrastró hasta la casa de su suegro y le obligó a devolver el dinero. Al volver a su casa, se quitó el cinturón, le dio suficientes correazos en el culo como para que no pudiera sentarse en 2 semanas. Después la curó, le dijo que nunca olvidara que él era el hombre de la casa, que su obligación era mantenerla y que no le faltase de nada.
-Así no lo olvidarás nunca-dijo muy despacio- fue mi juramento en el altar y yo jamás he dejado de cumplir con mi palabra.
María, con los años lo había perdonado pero nunca se le olvidaría. Aunque ahora era distinto, él era un hombre que siempre estaba dispuesto a hacer el amor. En contraste con su rudeza habitual, en la cama se transformaba. Se convertía en una persona amable, siempre muy atento, sentimental, dispuesto a que ella disfrutara, que obtuviera el máximo placer. Siempre demostraba amor por ella. A pesar de su aparente tosquedad, sabía acariciarla y ser tierno. Solo alguna vez se había permitido Agapito llorar, curiosamente siempre de felicidad. La primera fue su noche de bodas, la segunda con el nacimiento de su primer hijo.

Ella le había puesto una condición a su matrimonio, la ducha diaria. Él siempre había cumplido su palabra arrancando de si el olor a cabra antes de entrar en casa a diario.
Pero ahora, ya no era así, él se sentía frustrado, cuando le pegó fue por rabia e impotencia. Se marchó durante tres días por vergüenza, por no poder soportar lo que había hecho. María se preocupaba porque veía que se estaba abandonando y le dolía.

Al llegar a casa atendió como siempre a sus hijos, preparó la cena y se dispuso a esperar a su hombre que no tardaría en llegar. Agapito llegó, en silencio como de costumbre, apesadumbrado como solía hacerlo de unos meses para acá. Dijo un “buenas noches” mas bien seco y se sentó a la mesa a cenar. Ella volvió a sentir la punzada de ansiedad en el pecho que la oprimía. Pensó que era imposible traspasar aquella infranqueable barrera que de repente se había cerrado como un muro entre los dos. El miedo a no poder de él y la necesidad de ternura de ella les distanciaba como si estuvieran a miles de kilómetros de distancia. No sabía como iniciar la conversación, como decirle que fuera a ver a don Manuel. ¡Que difícil se estaba haciendo respirar entre los dos!. Al fin se decidió y dijo:
–hoy he bajado al pueblo
-¿ah, si, no habrás ido a gastar dinero?
-no-dijo ella más fríamente de lo que hubiera querido-aproveché que tenía que llevar los quesos que pidió Rosendo el del cura y fui a ver a d. Manuel por lo de los dolores en el pecho.
-y que te dijo-preguntó el preocupado-
-Me dijo que en principio no era nada, pero que hay una epidemia de gripe. Quiere que vayas mañana por la tarde cuando termines en la quesería, a verlo. Dice que están mas expuestas las personas que trabajan con animales.-María se sorprendió a si misma con su inesperada capacidad de improvisación- Le gustaría hacerte unos análisis y unas pruebas para quedarse tranquilo.
-Vaya con don Manuel, que previsor el hombre, pero me parece una tontería porque me encuentro perfectamente.
-Ya le avisé que tú dirías eso, pero me dijo que te advirtiera que es en serio. Que el problema es que el virus ataca también a las cabras, si no vas, tendrá que mandar a sanidad a inspeccionarlas. Nos pueden incautar toda la producción de queso.-Ni ella imaginaba que pudiera mentir tan descaradamente y sin pestañear.-
-¡De acuerdo, de acuerdo! iré por la tarde, pero esto va a ser una perdida de tiempo- y malhumorado se levantó de la mesa y se fue a dormir.

Al día siguiente, Agapito se levantó como siempre muy temprano. A las seis de la mañana estaba duchado y desayunado, se encaminó hacia su Toyota Landcruiser, para comenzar sus quehaceres diarios. Seguiría con sus obligaciones hasta las siete de la tarde, hora en la que solía volver a casa.

María mientras tanto, a las diez llamó al medico para informarle de la conversación con su marido y de la excusa dada para la visita. D. Manuel estuvo de acuerdo con ella en que era una magnífica razón para una consulta.

A las ocho de la tarde Agapito apareció por la consulta. D. Manuel que estaba solo le abrió la puerta.
-Buenas tardes doctor
-¡Hombre! Como estás Agapito, hacía mucho que no venías por mi consulta.
-Si estoy sano no se para que iba a venir-Agapito era un hombre seco y directo, no le gustaba andarse por las ramas-
-Pasa a mi despacho y hablamos tranquilamente, anda.

El doctor le miró pensativo, aquel hombre era alto, flaco y fibroso, su piel tostada estaba arrugada y curtida por las miles de horas de sol acumuladas a pesar de su cachucha negra de la que nunca se separaba. Su entrecejo marcado profunda y verticalmente por varios surcos, denotaba las hondas preocupaciones y las muchas horas de soledad, sin más distracción que sus propias reflexiones. Sus ojos color azul claro contrastaban con su tez morena, los labios finos y la boca cerrada dejaban claro su introversión y su poca inclinación hacia la sonrisa. El doctor tuvo una fugaz idea de lo que podía provocar en un ser humano, pasar desde la infancia, más tiempo con animales que con personas. Imaginó, los largos días al sol o bajo la lluvia incluso las largas noches buscando el ganado perdido. En el fondo le sorprendía que aquel hombre hubiese sido capaz de mantener una relación con una mujer y formado una familia.

-Imagino que estas aquí porque María te comentó lo de la gripe que está contagiando a personas y animales. -prosiguió el doctor- Cuéntame si has tenido alguna molestia.
-Doctor, esto es una tontería ya le he dicho que estoy perfectamente
-Déjame al menos que te ausculte para cerciorarme y que te haga unas preguntas. Por lo pronto quítate la camisa. –Agapito fastidiado así lo hizo y mostró el torso y la espalda al doctor, era ese tipo de cuerpo fibroso, fuerte pero de músculos lisos, el color de sus brazos y cuello era cobrizo mientras el resto de su cuerpo era de un blanco amarillento. El color de no haber cogido jamás el sol por el puro placer de hacerlo. En la parte baja de su estómago tenía la cicatriz de la apendicitis que él mismo le había operado hacía ya más de veinte años. El doctor empezó la exploración, primero con el fonendoscopio, después palpando diferentes zonas y preguntándole si dolía aquí o allá. Fue haciéndole diversas preguntas hasta llegar donde quería.
-Estás bien de reflejos, los bronquios y pulmones están limpios, tienes el corazón como el de un niño, además la presión arterial como si tuvieras 20 años. En principio todo parece ser normal, solo nos queda comprobar riñones y aparato urinario. ¿Has notado alguna molestia al orinar o algún dolor en la espalda?
Agapito cambió de color, ¿como podía el doctor saber eso? Pero reflexionó que al fin y al cabo para eso era médico, llevaba meses preocupado así que decidió contárselo. Aunque un poco reticente, si eso significaba estar infectado, le quitarían sus animales y queso.
-¿Tiene eso algo que ver con la gripe acaso?-preguntó desconfiado-
-No no, no te preocupes es que leyendo tu historial he visto que ya has cumplido los cincuenta años y es conveniente hacer una revisión periódica de la próstata a partir de los 45 y no te has hecho ninguna.
-Pues mire doctor,-empezó Agapito mas relajado-ahora que lo dice, es verdad q tengo molestias al orinar además, no puedo aguantar mucho tiempo sin hacerlo y siempre me queda la sensación de no poder echar la última gota.
D. Manuel se sintió encantado de haber llevado tan bien la conversación hasta ese punto y siguió hablando para tranquilizarle.
-¿Tienes dificultades con la erección?
-¿Con la que?-preguntó Agapito que no había oído nunca esa palabra-
-¡Coño Agapito, que si empalmas bien…que si se te pone dura cuando quieres acostarte con tu mujer!
-No-dijo Agapito poniéndose colorado y mirando hacia el suelo avergonzado-la verdad es que hace meses que no puedo doctor.
-¡Pero hombre y como no viniste antes! Ven para acá y bájate los pantalones-dijo acercándose a la camilla mientras se ponía los guantes de látex-vamos a ver como tienes esa próstata.
Agapito era un hombre desconfiado por naturaleza. Pero hacía muchos años, a raíz de la apendicitis que casi se lo lleva al otro barrio, decidió que al menos podía confiar en don Manuel. Por eso cuando este le dijo de bajarse los pantalones…no es que le apasionase la idea pero…acató las ordenes del medico.
-Inclínate hacia delante, separa las piernas y apóyate en la camilla- Así desnudo, Agapito incómodo obedeció. Lo que siguió a partir de ese momento cambió la vida de varias personas.-

Agapito, tal como he comentado era un hombre muy reservado y celoso de su intimidad, nunca se había desnudado delante de otra persona que no fuera su mujer. Cuando el médico colocándose detrás de él, le introdujo el dedo en su ano para explorar el estado de su próstata. Sintió un furia inmensa en su interior, el dolor que le produjo traspasó los limites de lo físico y le llegó hasta lo mas hondo de su alma. Era una mezcla de dolor vergüenza y rabia que contuvo a duras penas. Aquello duró solo unos segundos, pero aquel dedo había penetrado en rincones olvidados de su psique y había hurgado por igual su ano y su cabeza. Aquello fue suficiente para que algo se le rompiera por dentro. El doctor ajeno a lo que había provocado, terminó la exploración.

-Ya puedes vestirte, tal y como me temía tienes la próstata del tamaño de una nuez-sacó un libro de recetas y le extendió 3 sin darse cuenta de cómo le miraba Agapito en ese momento-
-Tomate estas pastillas 3 veces al día durante los próximos quince días, cuando termines el tratamiento vuelves y compruebo como estás, por si hay que hacerte una ecografía.
Agapito se mantuvo en silencio, recogió sus recetas y se marchó sin mediar palabra, pero la última mirada que le echó al médico provocó en éste un escalofrío.

Agapito salió sin ver, no podía fijar la vista, aún sentía aquel dedo hurgando sus entrañas, ¿como había podido D. Manuel hacerle aquello? Sentía un calor que le quemaba desde dentro. La ira, la vergüenza, el dolor, le ofuscaban la mente. Abrió la puerta del todo terreno y subió arrastrándose, se dio cuenta que no podría presentarse así ante nadie y menos ante su familia. Se sentía violado en lo más íntimo, sintió un grito desgarrador que salía de su interior y mareado luchó contra el. En un último rapto de cordura decidió salir del pueblo, se puso al volante, le dio al encendido y condujo hacia su casa. Pero no podía dirigirse allí, decidió no coger la desviación y seguir barranco arriba. Estaba oscureciendo, encendió las luces del vehículo como un autómata, siguió carretera arriba como si su cuerpo tuviera voluntad propia. Sin necesidad de pensar a donde se dirigía había hallado una meta. Un par de horas después volvió en sus cabales. Se encontró aparcado a la luz de la luna llena, en uno de los riscos donde solía llevar el rebaño de su padre cuando niño. Sorprendido, salió del automóvil, caminó por la estrecha vereda buscando con los pies, los escalones esculpidos en la roca que había recorrido tantas veces cuando niño. Al fin encontró el primero y descendió cincuenta metros. Si fuera de día sabía de memoria lo que vería, estaba sobre una cornisa de escasamente un metro de ancho y trescientos de largo. Sobre una pared vertical de casi cien metros. Al fondo del barranco se veía el titilar de un riachuelo bajo la luz de la luna, sabía que cuando llegara al final de la cornisa encontraría un pequeño camino horadado en la pared que le ayudaría a llegar al fondo. Bajó hasta el naciente del arroyo, se acercó hasta donde el pequeño salto de agua creaba una fina lluvia que lo empapaba todo. No le importó mojarse, de hecho ya tenía los pies dentro del arroyo. Decidió tirarse dentro como hiciera tantas veces en su infancia. Necesitaba lavarse-¡OH Dios, me siento sucio!- exclamó con rabia. Se desnudó y se tiró al agua, que en esta época del año bajaba fría como el hielo. Ni se inmutó, necesitaba que le volviera la vida que se le iba escapando por dentro. Estuvo un buen rato sumergido respirando entrecortadamente, cuando salió y se sentó en la orilla; comenzó a desgarrarse. Gimió al principio como un perro herido, pero poco a poco el sonido fue subiendo de tono hasta convertirse en un aullido inhumano que recordaba el de un lobo. Así estuvo un buen rato, hasta que agotado y tembloroso se tumbó de lado y comenzó a llorar como un niño. Su mente se había trasladado a su infancia, había dejado de ser Agapito hombre de cincuenta años, para volver a ser un niño de diez años. Los recuerdos de la tarde en que Cástor, otro pastor de la zona lo había visto bañarse en aquel mismo lugar entraron desde un lugar recóndito de su mente extraviada para apoderarse de él.



Aquella tarde de hacía cuarenta años, había bajado como todos los días a buscar el rebaño de su padre, pero hacía mucho calor y decidió bañarse antes de subir. Estaba desnudo, chapoteando en el agua, cuando se apercibió de la presencia de Cástor que miraba escondido detrás de una roca. Le conocía de verle varias veces mientras estaba acompañado de su padre. A su padre no le gustaba, pero con él siempre había sido amable. Cuando salió del agua aprovechó los últimos rayos de sol de la tarde para secarse, como vio que Cástor permanecía escondido, pensó que quería jugar al escondite o algo así, hizo como que no le veía. Al cabo de un rato, cuando se iba a vestir, Cástor se acerco a el.
-Hola chico, ¿como estas? ¡Hay que ver como has crecido!-el hombre trataba de ganarse la confianza del niño con halagos, se acercó a él-ven para acá que te ayudo a secar con mi manta.
-Hola señor Cástor-dijo Agapito respetuoso- gracias, pero no hace falta hace mucho calor.
-¿Oye, tu como te llamas?-preguntó Cástor que lo sabía perfectamente, acercándose mas-
-Agapito señor-dijo, extrañado de que se hubiera olvidado de su nombre-
-¡Pues déjame cogerte el pito!-dijo riéndose Cástor y agarrándole los genitales-
Agapito dio un respingo, pero como era una broma que le gastaban sus hermanos y otros niños cuando decía su nombre, no le dio importancia y le rió la gracia. Cástor le miró de una forma extraña, con los ojos brillantes, la boca abierta como relamiéndose. En ese momento Agapito se percató que algo en la actitud de aquel hombre no era normal, al estar tan cerca pudo oler la peste a alcohol que despedía y trató de vestirse rápidamente y marcharse. Pero el hombre apartó su ropa de una patada.
-Pero mira…si estas hecho un hombrecito, te empiezan a salir pelos en los huevos y todo. Déjame verlo mejor. –mientras decía esto se agachaba y agarraba al niño que ya estaba aterrorizado. Tirándolo al suelo, empezó a tocarlo. De pronto Agapito sintió que lo aplastaba y por mucho que gritaba y pataleaba, no podía zafarse. Entonces sintió aquel dolor infame que le atravesaba y rompía las entrañas. No pudo gritar, el dolor era demasiado intenso, aquel cerdo lo aplastaba y su olor asqueroso a alcohol y podredumbre invadió su nariz. Se desmayó en ese momento, cuando recuperó la conciencia, el monstruo aquel estaba poniéndose los pantalones satisfecho de si mismo. –Esto ni se te ocurra contárselo a nadie, quedará entre nosotros, si dices algo vendrá el diablo y te buscará donde estés y te comerá el pito-y con una risotada se marchó-
Agapito se sintió roto, no se podía mover, le dolía todo el cuerpo y sentía un líquido viscoso, asqueroso y caliente que le mojaba los muslos y las nalgas. Cuando pudo, se arrastró al agua para lavarse, llorando desconsoladamente, sentía dolor, vergüenza y miedo. Miedo de aquel hombre que le había impregnado aquel olor que no se le iba y le había hecho tanto daño, miedo del diablo. Pero también de que su padre se enterara y le pegara como hacía cuando se portaba mal. Cuando se estaba lavando vio que sangraba abundantemente por su culo roto y el dolor al contacto con el agua fría se volvió una vez mas insoportable. No podía moverse, no podía gritar, solo quería quedarse allí quieto y desaparecer. Siguió llorando hasta quedar dormido. Despertó de noche al oír un ruido, pero no pudo moverse, oyó la voz de su padre y su hermano mayor que venían corriendo hacia el llamándole. Al llegar a su lado, Antonio su padre y Miguel su hermano, lo movieron. Al ver el estado en el que se encontraba, su padre se abalanzo sobre él y abrazándole lo alzo en vilo.
-Dios mío, mi niño, ¿quien te ha podido hacer esto?
-¿Padre, es usted? Lo siento padre, lo siento, por favor no me pegue me duele mucho… no me pegue.
- Calla hijo, descansa que yo te llevaré a casa- Antonio nunca había llorado, ni volvería a hacerlo después, pero aquella noche mientras llevaba a su hijo en brazos sus mejillas dejaban resbalar las únicas lágrimas de su vida. Al llegar a casa, Magdalena su mujer se deshizo en llanto, pero las lágrimas de Antonio, estaban guardadas en su corazón, mejillas y ojos ya estaban secos.






Agapito tuvo fiebres de cuarenta grados durante días. En medio de sus delirios sobresaltados veía al diablo que venía a llevárselo y gritaba aterrorizado. Pero en uno de sus delirios dio un nombre, cuando Antonio lo escuchó solo pudo exclamar -¡hijo de puta el ultimo daño que haces en este mundo! Al día siguiente fue a buscarle, sólo. Caminó los once kilómetros que lo separaban de la zona de pasto de sus rebaños. Sabía perfectamente donde encontrarlo. Al verlo Cástor lo saludó.
-Buenas tardes nos de Dios Antonio, ¿que se te ofrece en esta zona tan apartada de tus rebaños?
-Hola Cástor he venido a buscarte, para llevarte al diablo -y sacando la escopeta de caza que llevaba oculta, le apuntó al pecho-¿vas a venir por las buenas o por las malas?
Cástor se aterrorizó al mirar los ojos fríos y decididos de Antonio. Pero con un último acopio de desfachatez, le espetó.
-¿Se puede al menos saber que he hecho para que me quieras matar?- Su voz sonó menos firme de lo que él hubiera querido-
-Eso lo sabes perfectamente, pero no te preocupes podemos hablarlo por el camino, no te voy a matar aquí mismo. ¡Arreando!-Antonio lo llevó a punta de escopeta hasta el lugar donde se cometió la felonía. La sangre de su hijo aún empapaba la tierra y señalaba el arrastrarse sobre la roca.
-¿Te suena esto de algo Cástor?
-No, no se a que te refieres Antonio-dijo cada vez mas nervioso-¿que ha pasado aquí? Parece que han matado un animal ¿no?
-No, aquí aún no ha muerto un animal Cástor, pero va a morir-Antonio alzó la escopeta por el cañón y le pegó con todas sus fuerzas un culatazo en la cabeza, dejándolo inconsciente. Sin perder la paciencia se sentó a esperar a que volviera en sí. Cuando lo hizo, le izó tirando de el y le dio un puñetazo en toda la cara que le rompió la nariz. Una vez en el suelo le dio varias patadas. Volvió a perder el conocimiento. Antonio se sentó otra vez a esperar, mirando aquel ser despreciable y decidiendo sobre su vida o su muerte. Al final llegó a la conclusión de que quien hacía lo que le había hecho Cástor a su hijo, no merecía vivir, que estaba haciéndole un bien al mundo matándolo como el animal que era. Fue hasta el riachuelo y llenó su cantimplora de agua, bebió copiosamente y la volvió a llenar. Regresó junto al hombre tendido y se la vació encima para reanimarlo, cuando lo logró volvió a alzarle y esta vez le dijo:
- Camina, vamos a subir a la cornisa- Antonio quería despeñarle, no darle un tiro-. Pero Cástor también se dio cuenta. Mientras subían, Castor volvió a hablar.
-¿Como sabes que fui yo el que le hizo eso a tu hijo?
-Porque en ningún momento he nombrado a mi hijo, ¿tú como lo sabes?
-La gente habla Antonio, lo sabes, me lo han contado, se que alguien se acercó a él mientras se bañaba en el arroyo y lo violó.
Antonio miró hacia abajo estarían a unos cien metros de altura, se paró y le contestó.
-Porque nadie excepto mi mujer y yo sabemos que mi hijo fue violado y dándole un fuerte empujón lo despeñó como a un perro rabioso.

La policía encontró el cadáver en descomposición al cabo de un mes, siendo que tenía fama de bebedor, a nadie le extrañó que se hubiera caído por un barranco. El secreto de la muerte de Cástor quedó encerrado para siempre en la familia de Antonio López.

Agapito tuvo terrores nocturnos durante mucho tiempo, la pesadilla se repetía una y otra vez, cualquier sombra en la noche le aterrorizaba y pensaba que el diablo venía a por él. Pero el tiempo borró las heridas, aunque nunca volvió a reír su espíritu de superación le llevó a controlar sus miedos. El recuerdo de aquella tarde desapareció totalmente de su memoria. Posteriormente conocería el amor con María y descubrió los placeres del sexo que compartía con ella. Pero aquella visita al médico le había devuelto el horror de todo lo ocurrido cuarenta años atrás.

El recuerdo de aquella vivencia estuvo a punto de matarlo, en posición fetal frío y mojado, al igual que la primera vez, quiso no despertar. Recordarlo todo, le hizo revivir el dolor, el olor a sangre, la viscosidad de los líquidos jediondos derramados sobre él y el profundo dolor agudo y punzante que no le dejaba moverse. También recordó un juramento que se hizo a los diez años “jamás en mi vida volveré a dejar que nadie me haga esto, nadie volverá a meterme nada por ahí, lo juro”.

Pero Agapito se dio cuenta de algo, algo importantísimo, él ya no tenía ya diez años. El es un hombre y puede ver los hechos con su cabeza de hombre. Aquello había ocurrido hacía cuarenta años y él había sido la victima, no el culpable. Esas palabras penetraron su alma liberándola. Y al final reaccionó antes de que el frío lo matase. Con la garganta inflamada de tanto gritar, la vista borrosa de tanto llorar, con el cuerpo dolorido por los espasmos, mojado y con el frío que le calaba hasta los huesos. Se dio cuenta de una cosa que le sorprendió, se sentía bien, como alguien que ha llevado un gran peso en su vida y de repente se libera. La luna parecía sonreírle, las sombras volvían a ser amables y no había ese peligro que siempre sentía acechándole tras cada una de ellas. Todo lo veía como si fuese la primera vez, incluso la tierra parecía brillar. El frío abandonó su cuerpo, una cálida sensación de paz lo invadió todo, empezando por si mismo. De repente sintió ganas de reír, se levantó de un salto, se sentía eufórico, empezó a gritar y a saltar. Él sabía lo que había pasado, por fin ¡el diablo había venido a buscarlo! lo había llevado al infierno y había pasado la noche allí. Pero se había salvado, había logrado salir de el.

Vio el amanecer de un nuevo día, clareando el horizonte y al fijar la vista, se iluminó, todo se iluminó, tenía la sensación de tener el poder absoluto, de ser parte del todo. La sensación de bienestar se mantenía en él cuando con energías renovadas subía hacia el coche. Era el bienestar propio de la inocencia, se daba cuenta de que toda su vida había sido marcada por aquello que ocurrió hacía tantos años, un hecho terrible y olvidado, pero una losa que lo había lastrado con una carga insoportable de culpa y miedo. Ahora veía como adulto lo que antes solo podía esconder como niño.

Solo una sombra se interponía ante él, su juramento de la niñez, él nunca había dejado de cumplir con su palabra.

Condujo de vuelta al pueblo pensando en lo que tenía que hacer. Cuando llegó, se fue a buscar a don Manuel, era la hora de entrada a su consulta, quizás llegara a tiempo y lo cogiera por el camino desde su casa. Efectivamente así fue, paró el todo terreno, se bajó y lo llamó.
-¡Doctor! Venga conmigo por favor.
-¡Coño agapito! ¿Que haces por aquí a estas horas?
-Vengo a secuestrarle doctor, lo siento- dijo Agapito con la primera sonrisa que le había visto Don Manuel en su vida-
-¡Agapito! ¿Qué te ocurre? Nunca te había visto así
-Muchas cosas doctor, pero es una larga historia y necesito que venga conmigo, porque usted es el único que puede escucharla.
-¡Pero hombre!¿no ves que es hora de consulta y tengo gente esperandome?
-Lo siento Don Manuel pero tiene que ser así.
-Déjame al menos que avise a mi enfermera para que anule las consultas de hoy
-No doctor ya le dije que esto es un secuestro.
-Pero Agapito, no estarás hablando en serio-dijo el médico preocupado
-Si, Don Manuel totalmente en serio-a todas estas sin dejar de sonreír-puede venir por las buenas o por las malas.
-¡Coño Agapito no jodas que me estas asustando!-ya alarmado-
-No, por favor, no se alarme pero suba al coche que nos vamos.
Como no parecía que fuese a dar su brazo a torcer, el médico decidió subir al Toyota y acompañar a aquel hombre que parecía estar alucinado, pero con una fuerza de espíritu que nunca le había visto.
Agapito arrancó raudo y salieron del pueblo.
-¿A donde vamos?
- Usted no se preocupe y disfrute del viaje
Agapito paró en un bar y compró bocadillos para desayunar, acto seguido retomó el camino de la noche anterior y llevó al doctor hacia las escaleras talladas en la piedra. Nunca había estado en esa zona y quedó maravillado con el paisaje.
-Menos mal que siempre llevo zapatos con suela de goma
-No se preocupe doctor que conmigo está usted a salvo, si hace falta lo llevo en brazos, jajaja- Agapito estaba de un humor esplendido y contagioso-
-De verdad que estoy ansioso por escucharte, tu no eres la misma persona que acudió ayer a mi consulta. Estas lleno de vida, de vitalidad de…energía, hay algo casi místico en ti hoy.
-Ya falta menos don Manuel, no se va a arrepentir de que lo secuestrara.
-Ya veo, ya.
Bajaron a la cornisa, desde allí se veía el calvero con el arroyo con su pequeña cascada, el sol estaba bastante alto ya en el cielo, la impresionante vista dejó a D. Manuel sin resuello. Bajaron por el camino horadado en la pared del acantilado y media hora mas tarde estaban sentados junto al arroyo.
-¿Ve usted esas manchas oscuras en esas piedras?
-Don Manuel asintió
-Esa sangre es mía – Agapito relató su historia con pelos y señales, contando detalles que ni él sabía que conocía. Para cuando había terminado la historia, con don Manuel alucinado de oyente activo, preguntando de cuando en cuando les habían dado las cuatro de la tarde. En ese momento repararon en el hambre que traían y comieron en silencio. Don Manuel no sabía que decir, necesitaba digerir algo mas que el bocadillo.
-¿Por qué me has traído hasta aquí para contarme esto Agapito?
- Muy sencillo doctor, mi juramento. Usted sabe que yo jamás he faltado a mi palabra y en medio de mi dolor cercano a la muerte juré que me vengaría de cualquiera que me volviese a meter algo por ahí.
-¡Coño Agapito! Que esto es distinto, que soy medico, lo que te hice es un tacto rectal y te lo tienes que hacer todos los años. Sobre todo teniendo en cuenta que padeces de prostatitis.
Agapito le miró con una profundidad y sabiduría en la mirada que don Manuel no podía comprender de donde la sacaba.
-Mire usted doctor, precisamente por eso le secuestré, necesitaba contar la historia una vez y solo usted podía entender lo que me pasó. Pero además necesito que acordemos mi venganza para no faltar a mi palabra. Durante todo el día he estado pensando y se me ha ocurrido una solución a ver que le parece.
-Tu dirás pero me parece un disparate que te quieras vengar de mi.
-Escuche primero y después juzgue usted. Lo que se me ha ocurrido es lo siguiente, a ver que le parece. Para que sea una venganza de verdad tiene que ser algo espectacular, yo sospecho, aunque nunca lo dijo, que mi padre mató a Cástor.-Don Manuel se puso blanco al oír esto- No, no, don Manuel no se asuste, usted es una bellísima persona y aquel animal está mejor muerto. Lo que yo le propongo es llevarle al Teide y dejarle desnudo en la carretera.
-¡No seas ridículo Agapito! Que arriba hay ahora cero grados y me vas a matar.
-Noo don Manuel, que no se entera. Eso será solo en apariencia, la realidad es que yo voy a avisar a la guardia civil de que hay un hombre desnudo en el Teide. Pero yo a usted le dejo con ropas y mantas y aparco el coche cerca entre los árboles y me cercioro de que lo van a buscar. Solo que usted tiene que hacer el paripé y retirar la denuncia después.
-Pero vamos a ver Agapito todo esto de verdad no te parece un disparate.
-No don Manuel, yo le he dado una historia que empezó hace cuarenta años, pero usted entró en ella sin querer y la tenemos que terminar entre los dos.
Don Manuel no se creía que todo aquello pudiera estar ocurriendo de verdad, no sabía si era un sueño o una pesadilla, pero era hora de acabar con todo de una vez.
-¿Tengo alternativa?
-La verdad es que no
-Pues entonces acabemos de una vez. Pero con una condición: es tu última venganza, a partir de ahora tendrás que dejarte explorar todos los años.
Agapito se quedó pensativo un momento, no le gustaba la idea pero...por otro lado era su médico, así que dijo
-de acuerdo D. Manuel que así sea.

Subieron hasta el coche y se dirigieron hacia el Teide. Todo salió como programó el cabrero.

Y esta es la historia de como una venganza se puede pactar y como un dedo a veces en sitios extraños pueden limpiar el alma de un ser humano.

Agapito no volvió a ser el mismo, nunca le contó a nadie su historia, solo a María su esposa y compañera con la que compartió el llanto una noche entera. Su próstata curó totalmente y que se sepa nadie lo ha vuelto a explorar.

Desde entonces Agapito es conocido como el “cabrero vidente” pues a raíz de su experiencia desarrolló una energía especial que le permitía ayudar a otros a superar sus experiencias dolorosas. Sus excursiones al calvero son famosas en toda la región y mucha gente lo acompaña a tomar baños en el arroyo, que han cogido fama de curativos. Aunque mucha gente sospecha que las historias que cuenta Agapito antes y después del baño, son las que de verdad curan.

Don Manuel dándose cuenta de las dotes que había desarrollado Agapito, recomienda a muchos de sus pacientes que vayan a estas excursiones. Algunos de ellos encuentran en la fuerza de Agapito la capacidad para abrir su alma y ayudarse a curar.

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Este cuento está dedicado a todos aquellos que siguen sin haber pasado por el infierno, a los que lo han hecho y han salido y muy especialmente a los que se quedaron en él. Que sirva como canto de esperanza para los que sufren y desesperan, a los que en sus esfuerzos por no enfrentarse a las verdades de sus heridas viven en el umbral de un infierno no resuelto.

1 comentario:

Franziska dijo...

Es una historia muy interesante por todos los aspectos con los que se relaciona. Está bien contada y mantiene el interés.

El relato termina como empezó: la fuerza de lo psiquico sobre lo físico. Estoy de acuerdo contigo.

Saludos cordiales. Gracias por tu visita y comentarios en mi blog.