martes, 22 de abril de 2008

El rojo, el facha y el cielo

Se encontraron desnudos, bañándose una calurosa tarde de verano en un meandro del decrecido Ebro. Fue casual el encuentro y se miraron sin desconfianza. Cada uno había guardado sus ropas en una orilla. Hablaron casi como sin querer, eran hombres jóvenes y aún no habían desarrollado malicia alguna. Todo empezó con un simple ¡hola! Y se convirtió en una larga tertulia. Las coincidencias sobre sus orígenes de pueblos cercanos. Los recuerdos y añoranzas de hogares largamente abandonados y las habituales morriñas por novias, amigos, madres y familiares dejados atrás, facilitó la comunicación entre ellos. Compartieron una hogaza de pan y una bota de vino, las horas pasaron como minutos y al anochecer se fundieron en un abrazo fraternal de despedida que quedaría siempre en sus corazones. Cada uno marchó a su orilla, uno se enfundó su uniforme de requeté, el otro, el de las milicias. Sin mirar atrás cada uno se dirigió a sus líneas. Era el verano de 1938.
Setenta años después, la vida que gasta bromas a veces, hizo que se encontraran moribundos en la misma habitación del Hospital Carlos Haya de Málaga. Durante una conversación en uno de sus ratos de lucidez, se dieron cuenta de quién era cada uno de ellos, se levantaron al unísono y murieron en un abrazo.
Llegaron juntos a las puertas del cielo, siendo uno católico y el otro ateo, imaginaron que allí se acabaría su viaje juntos, pero San Pedro les abrió la puerta e hizo ademán de que pasasen. El ateo de las milicias sorprendido preguntó ¿Cómo es posible que yo acabe aquí? ¡Si nunca he creído en Dios! “Ni falta que te hace, ha bastado que Él creyera en tí y Dios siempre cree en los hombre de buen corazón y de comportamiento justo”.

Juan Carlos Domínguez Siemens
EL_Evidente

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